El futuro ya está aquí, lo dijeron los de la Movida un sábado a la hora de Aplauso; pero luego desaparecieron y se lo llevaron con ellos, se fueron con el futuro y nos dejaron esa cosa húmeda que se acumula en el blanco de los ojos. De aquellos futuros no queda nada, ni el rastro, porque, eso lo has visto tú desde primera fila, cariño, ahora el Rastro es una hilera de camisetas y llaveros con mensaje. A nuestros alcaldes se les hinchaba el brazo de tenerlo alzado a todas horas, y nosotros, que por algo hemos sido más de Azul y Negro, vamos a arreglar el mundo con los dedos de una mano. ¿Cuántos meses, años bisiestos, llevamos firmando con el teclado manifiestos, artículos, oraciones, comentarios, discursos, camisas estampadas?
¿Sabes qué te digo?, que tú y yo somos paisaje interior, que si llueve por las mañanas o hace una noche clara y tranquila es una meteorología que sólo le interesa a Sisa (era un gato miope que andaba por las aceras aquellas en forma de rosa). Tú y yo, los cirros, cúmulos y estratos los llevamos por dentro como las procesionarias del pino. Sobre todo, los cirros (toda la vida creyendo que uno es del sindicato de artes gráficas, para darme cuenta que he estado cotizando al cristal). No duele, tienes razón, cielo, no duele. Está explicado entre las sombras y la madera oscura de la biblioteca de clásicas. Fueron las palabras con que le habló su mujer a Paetus, aquel patricio romano, cuando iban ejecutarlos por conspiradores. Antes de llegar al potro de tortura, ella se sacó un cuchillo de la estola y se lo hincó en su pecho y manchado de su sangre se lo tendió a su esposo y le dijo: “No duele, Paetus”. Tienes razón, amor mío, las mujeres siempre tenéis razón en asuntos de hombres, y en esto también: el futuro no duele.
Lo aprendimos de niños, pero se nos olvidó en una vuelta de los caballitos: el futuro será perifrástico o no será. El futuro siempre es inmediato e impreciso; desengáñate, no existen los futuros absolutos. Son un espejismo, un trampantojo (no digas trompe-l’oeil, que suena a puñetazo en la visual). La gente que cree en el futuro absoluto es la misma que se traga lo de la combustión espontánea, los contactos con extraterrestres y todo eso que tanto necesitamos para ser un poco mejores (o pasar ratos mejores). Estamos gobernados por un puñado de expertos en arte, que porque han visto la calavera pelada en las representaciones de San Jerónimo ya tienen claro que el futuro absoluto es una evidencia. Pero ese futuro no existe más que ahí afuera. Tú y yo somos plantas de interior, si estuviera aquí el padre Mundina me ayudaría a demostrártelo. Nuestro futuro (él único que nos queda, amor mío) es esa canción tan triste de Kevin Coyne que sólo ponemos cuando nadie puede oírnos. Vida en sombras. Lo dice bien claro la Wikipedia: El futuro es el título de un disco de Leonard Cohen del siglo pasado.