Poco más se puede poner en la letra ñ después de ñu. Es como una carta de amor bien hecha. De todos los animales de la creación (ay cariño, qué bien lo canta Bob Dylan), ¿por qué a éste, el más triste de los mamíferos, le pusieron nombre de grupo de rock sinfónico? La historia de la humanidad (es decir, tú y yo) ha conocido dos formidables migraciones, dos éxodos terribles dirigidos por un flautista. El primero tuvo lugar durante una plaga de peste negra cuando éramos niños. Pero aún después de tantos siglos, todo el mundo sigue recordando aquella danza macabra. Ocurrió en la Baja Sajonia, en la ciudad de Hamelín. Aquello era un infierno, una Gomorra sin Saviano, la gente aterrorizada confundía a sus hijos con ratas. La segunda gran peregrinación es contemporánea, de cuando tú y yo (siempre los dos solos contra el mundo) sentados en el respaldo de los bancos nos pasamos de las pipas de girasol a las pipas de kifi. Entonces, aquel flautista quería llevarnos a la tierra de promisión (larga vida al rock and roll) como si fuéramos un rebaño de ñus. Su pelo lacio, su barba hecha jirones, su aire desgarbado, le hacían parecer uno de esos animales con chaqueta de motorista, con los zapatos llenos de polvo de reserva natural, destinado a ser paisaje de Land Rover.
En la trágica emigración del ñu, en busca de las verdes praderas, está el origen de nuestra Historia Sagrada, amor mío. Es nuestra Biblia biológica. Las manadas de ñus forman junto a las humanas (lo decían los cromos de Zoo Loco) las asociaciones más numerosas, las poblaciones más nutridas. Ellos y nosotros somos carne de mogollón. Hay más ñus dando vueltas por el Serengueti que parados dando vueltas por los polígonos de Sabadell. En la escena de los ñus vadeando el río Mara, con los cocodrilos mordiéndoles las patas, y pisoteándose entre ellos en el descenso hacia una orilla, y arrojando durante el ascenso de la otra montones de cadáveres de los que creían haberlo conseguido, ahí, en ese desespero está la constatación de que ningunas aguas jamás van a separarse. De que lo de Moisés y el maná fue sólo una excusa para que los Teleñecos grabaran una canción inolvidable, Maná maná. Las aguas no se dividen, lo que se separa es la tierra porque a nosotros sólo nos pertenece lo roto. El mar no se va a abrir para que lo crucemos descalzos. ¿Te acuerdas de aquel mar rojo de banderas? Tienes razón, nena, allí no éramos ñus, éramos lemmings. El mar Rojo, el planeta rojo, la bandera roja…, tantas cosas que perseguimos como a la mujer de rojo para sólo al final darnos cuenta de que toda la desesperación humana cabía en una canción de Stevie Wonder. Qué ciegos estuvimos escuchando la flauta. Pero vivíamos con las ratas.