Ya lo cantaba Esautomátix por martinetes en la lengua del imperio: errare humanum est, nada más humano que poner herraduras. Desde que Vulcano le dio al pequeño Mowgli el secreto del fuego, no ha habido generación sin un libro de Mircea Eliade debajo de la almohada. Ay, cariño, te voy a contar un cuento, ahora que está linda la mar y en los sótanos del Vaticano hay un Papa alemán disecado: en España se habla mucho en gerundio porque es un sitio donde no se hacen las cosas. Las están haciendo, pero no las hacen. En esta tierra de paro crónico, de desahucio diario (pero si hasta al viejo Góngora, con 64 años, le echaron de la casa donde vivía por orden del propietario, que era el pendejo de Quevedo), en este país para viejos plantados en los pasillos de los hospitales en chándal, agarrados al palo con los sueros, esperando una cama, en este lugar tan cantado por María Ostiz en la OTI, nadie es capaz de terminar nada. Vivimos en gerundio. Todo son declaraciones. De principios, de independencia, de amor; pero del dicho al hecho me zampo hasta el último berberecho. Por la misma razón el gerundio se usa tanto en derecho, en las salas de los juzgados. Para dilatar los casos hasta la extenuación como en las novelas de Dickens. El gerundio es el poder, y por eso aquí tantos reyes se llaman Fernando. Hubo a uno que hasta le hicieron santo. Mira que son fachas los gerundios. Una dictadura es una época histórica conjugada en gerundio. En Cataluña esto lo sabemos muy bien, amor mío, plagada de gerundenses. El gerundio lo inventaron los militares destripando un verbo a espadazos. Portugal no, a ellos les ha salvado la melancolía. La saudade les ha puesto en participio. Pero ese es otro país, otra cultura, otra manera de asar las sardinas. A ellos les sale un poeta y lo convierten en un Pessoa, aquí lo convertimos en un pesao. Son los gerundios, encanto. Habría que dinamitarlos todos. Los gerundios son las macetas que atestan hasta el barroquismo las rejas de nuestra gramática. No, lo que tenía tu madre en vuestra casa eran geranios, no gerundios. Y lo que miraba mi padre cada sábado en la lotería eran las participaciones, no los participios. Qué lejos está Portugal y qué elegante queda el mapa de España cuando aparece con ese país dibujado, así, con su raya al lado, igual que se peinaba Simon Templar, el Santo. Ay, dulzura, se me ha metido un gerundio en el oído de la misma manera en que a ti te entró aquella mota en el ojo cuando nos besábamos al pie de los bloques. Es el gerundio del Fary, popular y vocinglero: apatrullando la ciudad. Amor mío ¿te acuerdas de las patrullas de vecinos en el barrio? ¿Te acuerdas de cuando las patrullas salían por la noche para apalear yonquis? ¿Recuerdas aquellos padres pateando a sus hijos en una acera para demostrar ante todos que ellos eran los primeros en poner remedio al problema? Así transcurrieron aquellos años: apatrullando, apaleando…, con los gerundios mordiéndonos los tobillos para que no pasásemos.