¿Te acuerdas del triángulo escaleno, cariño? El más rarito, el que no tenía ningún lado igual. Era uno de los nuestros. Como el conjunto vacío. De las matemáticas lo que más me gustaba era que se usaba mucho la pizarra. La tiza a veces gritaba como un fantasma loco. ¿Verdad que sí, amor mío, aquel mar negro de piedra fría? Ver la pizarra siempre ha sido mejor que ver la tele. El borrador borrando que hace zapping. El borrador volando sobre nuestras cabezas. Los borradores fueron luego las libretas donde los escritores empiezan sus cosas; pero antes, cuando nosotros dos éramos tan pobres, un borrador era una esponja para limpiar lo que se había visto. Por el Medio Oriente la gente dice que nos hicieron del barro; pero tú y yo, dulzura, somos de tiza. Carne de abecedario. Qué mal acabó el pobre triángulo escaleno. Claro, lo llevaba en las venas, en el apellido. Llamarse escaleno en la vida es tener nombre de chorizo, te aboca al robo con escaleno. Tú y yo, encanto, nos pensábamos que el robo con escala era mangar latas de anchoas en el súper, pero luego vimos en el cine que se trataba de una cosa más Rififí. Siempre se roba por amor. Que se lo pregunten a Bonnie & Clyde, o a Boney M, que también robaban canciones y vidas enteras.
Un cuadrado es un triángulo socialdemócrata. Le molesta que la historia sea de a tres, cree que falta alguien para que el reparto sea equitativo. ¿Pero sabes que te digo, amor mío? Antes equilátero que equitativo. Equitativo es quitar la “e”, la propia palabra lo dice. Si eres equitativo con las emociones, las dejas en mociones, acabas convertido en un partido político. El amor nunca podrá ser equitativo porque no tiene “e” (Italia es otro negociado, allí equitativo quiere decir que vas a caballo, como el Potro de Vallecas). Es mala cosa que se junten cuatro en la misma historia. Abre un tebeo de Los Cuatro Fantásticos y mira lo que pasa. Tres hombres y una mujer. Es como Jules et Jim con moralina. Ese cuento apesta a calvinismo, a censura cristiana. Le han hecho parir una Cosa a la Chica Invisible para disimular. Aquí ocurría lo mismo, es decir, al revés. En nuestros tebeos la mujer de Don Pío, doña Benita (se parecía hasta en el nombre a la Betty de Los Picapiedra), eso, que ellos tenían sobrino, pero no hijos. Los Cuatro Fantásticos (esto nos lo dieron en Naturales) era la versión cosmonáutica de El Mago de Oz. La niña Dorothy y los tres monstruos. Las chicas siempre os volvéis invisibles entre los monstruos. En Baum, el autor de El Mago de Oz, también pasa. L. Frank Baum, que soñaba con tener una hija, tuvo cuatro hijos varones. Eso es como meter en casa a los cuatro evangelistas, y de alguna manera lo arregla en el cuento. En El Mago de Oz (y por tanto más tarde en Los Cuatro Fantásticos) de lo que se habla es del Tetramorfos, la representación simbólica de los autores de los Evangelios. El humano y los tres animales. Marcos, el león; Lucas, el toro; Juan, el águila, y Mateo, el hombre. Venimos del Santo Grial, cariño. Toda nuestra literatura moderna, es decir, de mil años atrás, viene de hombres que buscan pedazos de la cruz de Cristo entre los árboles del bosque. Desde entonces hasta Auschwitz (la casa de la bruja con la estufa, en medio del bosque; Birkenau significa bosque de abedules), todo es tradición cristiana. Nuestra historia entera está concentrada en Hansel y Gretel, por eso dan tanto miedo los cuentos, cielo. Los cristianos eran fanáticos antipitagóricos que abolieron el triángulo. Odian el tres porque su amor no es de este mundo. Pero si hasta su Trinidad suma cuatro, porque Dios es Uno y Trino. Ay, cariño, ¿sabes que te digo? Vámonos a Muebles La Fábrica a comprarnos un tresillo. Va siendo hora de echar el ancla. Ya estoy cansado de navegar cada noche por los siete bares.