No es la chistera negra ni el abrigo negro, eso también estaba en el Profesor Tragacanto de Schmidt, o en su Doctor Cataplasma. El tebeo español viste de negro: Mortadelo, Anacleto, Rompetechos, Don Rebollo, Doña Urraca… Todo eso lo llevamos en nuestras venas, azules por dentro y cosidas a pespuntes por fuera. Es tierra de hidalgos y de mujeres de luto. Un país de sol y sombra, sin matices. En Don Cicuta, lo importante no era que se vistiera como aquí nos hemos vestido siempre desde el Greco sino su barba de judas de hoguera, de alguien a quien van a quemar por haber venido del infierno. En los otros dos, en sus acompañantes Remigio y Arnaldo Cicutilla, las barbas eran más soportables, más españolas, más crecidas en el tercio de las armas; pero en Don Cicuta… Ese espantajo de pelos tan largos, tan ridículos, únicamente podía venir del mundo de los muertos. ¿Quién ha dicho que aquellos tres personajes eran enterradores? ¡Con esas ojeras como lagos de lava! ¡Tan torpes en sus gestos! ¡Procediendo de una región incógnita! (¿es que acaso alguien creyó alguna vez en la existencia terrena de aquel lugar llamado Tacañón del Todo?). Abre los ojos, cariño, los Cicutas venían del país de los muertos. Don Cicuta no es el español por antonomasia (iba a poner por autonomía, sí, amor mío, se me escapa el Álvaro de la Iglesia que llevo dentro). Don Cicuta, antes que representar al español en vida representa al muerto español. Lo que se veía en el Un, dos tres… los viernes a la noche era el chamanismo amable, contratado para la tele, de Kiko Ledgard (su fetichismo de chamarilero con las muñecas llenas de relojes, los calcetines desemparejados, su perder la verticalidad inclinándose en vez de levitar…). Las azafatas como un coro de vírgenes alrededor del presentador, que sacrificaba parejas de bueyes, de cabestros, de matrimonios engordados en la vida doméstica, para invocarles a ellos, a los muertos. La voz de Don Cicuta era frágil, castiza, regional, de generaciones de secano que sólo se han mojado la garganta con el corto chorro de un botijo. Su dedo intransigente, rígido, apuntador. Encanto, el zombi español es el peor de los zombis. Donde en el resto hay hambre de venganza, en nuestros zombis todo se reduce a resentimiento. Don Cicuta viene al programa no para vengarse de los vivos, no para alimentarse de ellos, jamás se pone al servicio de la muerte devoradora. Demasiado hidalgo para haber servido a nadie en su vida, ni siquiera a la vida misma, ¿a qué viene ahora servir a la vulgar mandada de la muerte? La muerte no es señora. La corona que le han puesto no tiene más valor que el de un rascarse el bolsillo, que el de una cuestación voluntaria entre los vecinos de la escalera o entre los compañeros de trabajo, cuota según categorías. Un blasón conseguido en una colecta es una broma de mal gusto. El zombi español sabe todo esto y lo desdeña. Él no pertenece al mundo de los muertos, como tampoco el mundo de los vivos iba demasiado con él cuando estaba aquí arriba, en estos solares, en estos latifundios sin vallar porque no hace falta recordar que nunca se tiene derecho a nada. Desde Unamuno hasta el hombre que está viendo la tele y se le estropea, desde el que inventen ellos hasta el será de ellos. Siempre ellos. Jamás algo ha tenido que ver con un español. La pureza de sangre se eleva a pureza de estilo. Ni el más ligero roce con las cosas puede tolerarse. Por pureza, por no caer en la vileza de la mezcla, en su visita a los vivos no hay venganza (eso requeriría contacto) sino asco y desprecio.
Nada hay que envidiarle a quien ha estado vivo en España. Total, para lo que ha valido vivir aquí… Así opina nuestro zombi, pues sabe que existe algo peor. Lo está anunciando todo el rato Don Cicuta. Nos está desvelando que lo verdaderamente terrible es ser un muerto español. De ahí ya no hay escapatoria. El resentimiento de Don Cicuta no es con los vivos, al contrario, se burla de ellos. El resentimiento que le descarna es hacia su condición de sepultado en esta tierra. Ni muerto ha sido capaz de liberarse de ella. Aquí no son legión. Aquí la muerte no lleva por delante un rebaño de zombis. Únicamente en España se quedan solos los muertos. Eso es lo que nos dice Don Cicuta.
No pudo mantener mucho tiempo aquel programa esta manifestación dolorosa de nuestro sino. Al principio de la segunda temporada, enfermó el actor que lo interpretaba, Valentín Tornos. Lo sustituyeron por el Profesor Lápiz, porque para eso están los lápices, para eso está la escritura, para eso los libros: para ponerlos encima de los muertos. Por esta razón se lee y por esta razón se escribe. Ay, amor mío, voy a ver si está lleno el depósito. No, el de cadáveres no, el del coche. Salgamos de aquí a toda leche antes de que también seamos muertos españoles.