Íker Jiménez es a Jiménez del Oso lo que Jiménez Losantos a María Jiménez. En España, amor mío, lo paranormal lleva el nombre de Jiménez, porque aquí lo irreal está hecho también de carne y hueso, desde las solas desiertas llanuras de doña Jimena hasta los riscos de Sierra Morena, con Curro Jiménez, el Estudiante, el Algarrobo, el Fraile, el Gitano y el Malospelos. En este país, a los fantasmas se les pide que debajo de la sábana pasen frío.
Íker Jiménez es la versión actual (la actualidad siempre es un falsificación del pasado) del maestro, del padre, del primer forteano de nuestro más allá. ¿A quién se le ocurre llamarse igual?
Pero a Íker Jiménez le falta la audacia de la duda. Jiménez del Oso duda por sistema. Sólo cree en lo que ve. Y por esta razón lo único que puede constatar es el miedo. Ninguna otra cosa hay en el endemoniado, en la abducida, en el ritual vudú…, más que el miedo humano. La investigación de Jiménez del Oso es una búsqueda obsesiva de todo lo que da miedo, ése es el motor de todo lo que le interesa y de todo lo que nos rodea cuando entramos en su programa. Jiménez del Oso es un materialista y trabaja muñendo la masa con los dedos. Es un científico que se aplica el método a sí mismo como el escorpión que, rodeado por el fuego, se clava su propio aguijón.
Cuando, en el primer programa de Mas Allá, Jiménez del Oso trató el origen de la luna acabó concluyendo que lo único cierto es que la luna existe. Y eso era lo que siguió diciendo en todos sus programas, en todos sus escritos, en todas sus revistas. Lo mismo que dijeron los clásicos Machen y Lovecraft; claro, Poe el primero: lo terrible es que existe, lo importante es que existe, que el terror existe. Con Jiménez del Oso, el viaje es más allá del miedo. Y se descubre que pasado el miedo lo que hay es más miedo todavía. Que el vacío es miedo, y la noche es miedo, y la nada es miedo, y los límites del espacio exterior lindan con el miedo. Jiménez del Oso encarna la pregunta conmovedora, desoladora, del hombre que ha oído muy de cerca gemir al huracán. El tipo que sale ileso una vez más, sin acabar de creérselo, sin saber a quién darle las gracias, y con la mano en el pecho aún palpitante sólo es capaz, por pura honestidad, de hacerse esta pregunta: ¿y qué sé yo?
Íker Jiménez ha llegado tarde a esta épica. No es culpa suya, pero debiera asumirlo. Arrancarse los dientes con unos alicates en directo para convencernos de que va en serio. No puede hablar del más allá con su mujer al lado, que sonríe como si te fueran a contar una excursión a Lucainena de las Torres, con la caja de galletas. El más allá de Íker Jiménez es un misterio de comunidad autónoma. Todo en Íker Jiménez es un no llegar hasta el final, un allá incapaz de alcanzar a más.
Le ha ido demasiado bien en la vida como para confraternizar ahora con los espectros. Los muertos son gente antigua, que ni les va ni les viene el mundo moderno. Están más cerca de Houdini que del hombre del tiempo de la Cuatro.
Íker Jiménez es una reproducción coreana de Jiménez del Oso. Donde Jiménez del Oso se queda calvo para mostrar la verdad de su cabeza, para enseñarnos que tampoco hay nada en nuestro cerebro, que nosotros, por tanto, no somos culpables, que el terror está ahí afuera, Íker Jiménez se conforma con un poco de entradas. ¡Cómo tener la osadía Del Oso! A Íker Jiménez lo paranormal se le queda en el flequillo.
Jiménez del Oso se deja barba porque además de Jiménez se llama oso. A Íker Jiménez su nombre le deja a las puertas de Ikea. La barba de Jiménez del Oso es la del sabio griego, que ha hecho su filosofía viendo cómo sus contemporáneos se abren la barriga a espadazos. Es una barba escéptica, de quien ya no cree en el aftershave. Pero todo lo que en Jiménez del Oso es escepticismo, en Íker Jiménez es ignorancia.
Jiménez del Oso lee, sabe, estudia, asimila. Lo único que le ha aprovechado a Íker Jiménez son los consejos del Club de los Jóvenes Castores. Jiménez del Oso viene de los libros, de las estanterías de las bibliotecas, esas ojeras están llenas de páginas; pero llega un momento en que a este hombre de voz velada por el terror los libros le aburren y necesita leer algo más fuerte. Algo secreto, que todavía nadie haya escrito, algo que ningún ser humano se atreva nunca a escribir. Jiménez del Oso tiene la pasión de los antiguos.
A Íker Jiménez lo que le interesa de los libros es venderlos por colecciones, y por eso sale en la tele vestido como el cuñado de luto de un empleado de Círculo de Lectores. Para hacer Cuarto Milenio, Íker Jiménez necesita un plató de dos niveles, A Jiménez del Oso le bastaba con una mesita de formica con un gin tonic debajo. Lo llevan en la cara, cariño, igual que cada día lleva su sino grabado en el rostro. Si Jiménez del Oso se cuelga un medallón esotérico, Íker Jiménez se pone una corbata del Corte Inglés. Pero en los medallones de Jiménez del Oso lo que importa no es el colgajo sino la cadena. Eso es lo que nos está diciendo: que vive encadenado, preso al misterio, que es un alma que lucha por liberarse de las sombras. Íker ni siquiera pretende liberarse de la vida familiar.
Dicen que el estilo es el carácter, pero tú y yo, encanto, aprendimos en las filminas que el estilo está dentro de las flores. Es el tallo ése que empieza en el ovario y acaba en el estigma. Todo en Jiménez del Oso empieza en amor y acaba en estigma. Los cigarrillos que le mataron son su estigma. El humo del tabaco de Jiménez del Oso como un incienso de nicotina en una misa atea. Jiménez del Oso es el hombre que fuma por pura contemporaneidad. Lleva el cigarro igual que los caballeros tenían que llevar sus armas al torneo. En Íker Jiménez no hay cajetilla de Winston. Se ha proscrito en él toda debilidad, todo vicio. Su humo no es el del infierno ni el del tabaco sino el de la cortina de humo que nos separa del mundo.
Pero, por encima de todo, Jiménez del Oso es un solitario. Le pide al miedo que dance sólo para sus ojos. En Iker Jiménez no hay un miedo íntimo, el suyo es un miedo entre amigos, de sardinada en Montornès del Vallès, un miedo cooperativo. Pretende salvarse por el buen rollo. Eso es lo que encierra Iker Jiménez. Pero también por eso mismo resulta fascinante. Él es el paradigma de los tiempos que corren. Y no son los nuestros, cariño. ¿Llevo las maletas al coche?