Dejé el facebook porque me estaba convirtiendo en un viejo verde, y ahora el twitter está haciendo de mí un viejo borde. Es el resentimiento, encanto. Es un paquete de Tío Vivos y de Din Danes abiertos por la aventura de navidad. La viñeta gigante con todos los muñecos sentados a la mesa: el pavo con el año nuevo pintado, el abeto de un bosque escandinavo, de allá, de la taiga, las guirnaldas de plástico, las copas del champán que viene en el lote de la fábrica, el Gordito Relleno con una pandereta, pancartas que tienen escrito: ¡Viva Pulgarcito! No me dirás que no es para afiliarse a la Liga Comunista Revolucionaria o para ponerse otro disco de Bob Dylan. O hacerse charnego (ser charnego es como ser del Barça o del Sporting de Gijón, se hace el que le gusta y no sirve para nada). Al resentimiento se va como se va al amor, esperando algo. Pero desengáñate, aquí tampoco hay nada que rascar. De Fu Manchú a Raskolnikov, la Historia moderna está llena de ejemplos que lo demuestran. De la Antigüedad mejor no hablemos. Los antiguos nos odian. Nadie más resentido que un muerto. Lo decía Elías Canetti y lo hemos visto juntos en las películas de zombis, ¿te acuerdas, cariño? ¡Qué hambre tienen siempre los cabrones! Dan ganas de ir al cine con una bolsa de cacahuetes como en el zoo. Barcelona es una ciudad de un millón de zombis (según las últimas estadísticas): siempre es la misma cifra en todas las manifestaciones. Insomnio. El resentimiento es lo que siente el yo cuando se cruza con el ello. Vivimos en primera persona y por tanto es una vulgaridad darlo a entender cada vez que se habla. Ahórrate esfuerzos, toda la literatura del mundo está en primera persona, incluido el manual de la autoescuela. Amor mío, ¿para qué quieres un pronombre si ya tienes un nombre? La primera persona es estar vivo y los otros son siempre los muertos (sí, ya lo dijo Amenábar haciéndose aire con un número de Rufus). Cielo, sujétame la muleta que te voy a contar. Creo que sigo vivo, pero eso es lo de menos. ¿Has leído cosas de las Cruzadas? Pues yo vengo de antes. Vengo de cuando en los kioscos había libros de bolsillo y tebeos baratos. Vivía en un país que no era más grande que un parque con un chaval pinchándose en un banco. Es muy complicado ir todos los días al parque sin caerse del columpio. Es imposible que un héroe no encuentre a su heroína. Entonces todo el mundo era muy pobre, igual que ahora (por eso tú y yo nos queremos tanto). La gente era tan pobre que lo único que tenía era la primera persona. Cuando íbamos al colegio y la maestra nos daba la gramática nos decía: “los pronombres; bah, los pronombres, eso son cosas de ricos”. Ay, cariño, si esta noche durante el insomnio vuelves a soñar con Martin Eden salúdale de mi parte, dile que por aquí andamos, entre el yo—yo y el mau—mau.