Ay, cariño, pásame una calada, que me gusta fumarte. ¿Sabes qué? Si los Beatles fueron un conjunto, los Rolling Stones eran un subconjunto. Las matemáticas son exactas como el pulso que late en tu muñeca de porcelana. Escribo para ti, sí, amor mío, pero no para que lo leas sino por escribir. Qué peste, qué plaga de tipografías comiéndome los dedos. Siempre esclavo de la otra, de la escritura. A la que te das media vuelta, cielo, ya estoy con ella. Hay otro mundo mejor y está hecho de letras. Pero es una majadería sentirse escritor. Escribir forma parte del sector terciario, de los servicios que hay que dejar como a uno le hubiera gustado encontrarlos. Puestos en lo intangible, se siente uno antes enamorado que escritor. Escribir es como conducir. Sí, lo mismo. Pones música y pisas el gas. Empieza a salir paisaje de todas partes. ¿Te gusta correr, encanto? Teclear a toda leche es maravilloso. Dar volantazos con las frases. Frenar en seco antes de llegar a una idea para salvarla de la mecanografía. Acabo de darme cuenta de que te he vuelto a mentir. Lo cierto es que escribo sólo para que lo leas. Sólo para tus ojos, que atraviesan la pantalla como perforándome las venas. Hasta que uno no lo ha escrito no sabe lo que piensa, y en la línea siguiente ya se le ha olvidado. Escribir es hundir la cabeza en el presente para ahogarse en él. No se manifiesta el presente de una manera más intensa sino mediante la escritura. Bueno, sí. Hay otra. Las dos son cuerpo a cuerpo. Tú y yo todo el rato.
Sólo se es libre en el presente. El resto es una cadena que se enrosca a nosotros como una pitón de tiempo. Nunca te fíes de un hombre (ni de una mujer) con perilla (en Barcelona había una vagabunda con perilla blanca que fumaba rubio y tiraba siempre de un carrillo). Los hombres con perilla parecen cómicos de pueblo representando el Tenorio. Unos perillanes. Mira a Lenin, por ejemplo, con su traje de maestro de escuela yendo al teatro rojo en una noche de difuntos. Una vez dijo: “¿libertad para qué?”. Pues ya lo explicó Lorenzo Santamaría: para que no me olvides. ¿Te gustan los clásicos? No, no me refiero al Gordo y el Flaco. Estaba pensando en los griegos, en los de Esparta y Atenas con sus dioses desnudos. Fue Tucídides, que mandó una flota contra los tracios, quien lo dijo: “el secreto de la felicidad está en la libertad, y el secreto de la libertad, en el coraje”. Para ser feliz hay que echarle huevos, cariño. Y tú tienes más que yo, que me escondo escribiendo. Pero ya te digo, es una mentecatez sentirse escritor. Yo me siento cómico, sí, en cierto modo leninista (el tren en la nieve, la locomotora roja). Soy cómico porque me tomo las cosas de manera trágica. Escribir es mi forma de bailar claqué. Ay, cariño, si pudieras escuchar ahora el tap tap de mi teclado verías que tengo razón. Los Hermanos Marx, Jerry Lewis, Jimmy Durante, Eddie Cantor, los miserables teatros del Bowery, gente pobre llegada de lejos que se ha puesto a cantar y a bailar. No ser de nada, de nadie, de ningún sitio, excepto de las risas. No aceptar del mundo real más que un puñado de monedas (cuantas más mejor). Así es la lucha por la felicidad. A muerte. Los burgueses se conforman con el placer, pero, cielo, tú y yo somos idealistas y nuestra guerra la hacemos por las canciones. Desengáñate, el diablo no llevaba perilla por condenado, le venía de la clase media. Era un pijo como los otros ángeles, sólo que le echaron del grupo. Nuestro resentimiento, amor mío, es otro. No va con la gente. Es una lucha a sangre y fuego para que no pare la música.