Esta vez creía que me moría. Que no era cosa de mi neurosis, o al menos no solo de eso, el médico lo dejó claro:
—Hay que hacer una serie de pruebas para descartar cosas.
—¿Qué cosas? —balbuceé.
—Cualquier cosa —respondió mirándome fijamente, no como siempre. Esta vez dejó de escribir en el ordenador, de hacer recetas y se centró solo en mí.
Normalmente creo que voy a morir en cualquier momento, que estoy gravemente enfermo, pero no cobré conciencia de que esa vez podría ir en serio hasta que rellené trece tubos de sangre para una analítica. La enfermera tuvo que pedir ayuda a una compañera; según ella, lo único que no me pidieron fue la prueba de embarazo. Ese día salí del consultorio descompuesto, ni siquiera podía llorar, ¿era eso lo que se sentía? Dudaba entre hablarlo con mi mujer o esperar: no quería asustarla, o al menos no antes de que yo lo estuviese. Pensaba que me moría y entonces…, mi producción creció, escribía más que nunca, las ideas no paraban de llegarme a la cabeza, una tras otra, a veces de dos en dos. Me pasaba el día apuntado tramas, sinopsis, etc.
Las mejores historias me venían en las salas de espera del hospital, entre ecografías y punciones. Estaba aterrorizado y eufórico a la vez, viviendo el periodo creativo más fértil de mi vida: en el radiólogo se me ocurrió la sinopsis para una película, mientras me hacían una resonancia elaboré la trama entera de una novela, incluso un día en el dentista tomé notas para un relato breve.
La actividad crecía a medida que se acercaba el momento en que conocería los resultados. Ese día estaba disparado, antes de entrar en la consulta apunté ideas para toda una temporada de una serie de televisión, biblia y desarrollo de personajes incluidos. Mi mujer, que en esa ocasión me acompañaba, no entendía que anduviese apuntando cosas en la libreta en un momento así. Al final todo estaba bien, no me moría, al menos de momento. Resultó que todo eran nervios, unos nervios muy fuertes que, esta vez, se me habían ido de las manos. Fueron unos días raros, intensos. No pude hacer una introspección vital como pensaba que ocurría en estos casos, pero tengo suficiente material para trabajar durante meses, años ahora que he recuperado mi ritmo habitual. Últimamente he vuelto a las salas de espera buscando inspiración, pero estar ahí sin un motivo real no me sugiere nada. Necesito el aliento de la muerte en la nuca, la presión del tiempo que se acaba. Me estoy planteando visitar tanatorios o clínicas para enfermos terminales. Ya habrá tiempo.