El Rey de la Línea 3

Cumple sus horarios con precisión. Casi sin darse cuenta ha pasado a formar parte de la rutina de los pasajeros. Rutina de metro, de caras repetidas, de trayectos al trabajo y turistas en chanclas quemados por el sol; ellas con tirantes, ellos en bermudas. Barcelona, línea verde, “próxima estació, Drassanes“. Algunos ya lo esperan. El Rey de la Línea 3, un jubilado con un carrito de la compra en el que lleva un equipo de sonido conectado a un micro. Otro pedigüeño más, piensa el que no lo ha visto antes. Sin mediar palabra enciende el altavoz y cuando esperas que empiece a sonar algo de Antonio Molina, pone a toda pastilla Dragostea din tei, del grupo rumano-moldavo O-Zone y empieza cantar y a moverse con un ritmo endiablado que contrasta con su aspecto pulcro, de barba rasurada, con su calva rodeada de pelo blanco y corto, con sus pantalones grises, su camisa a cuadros, sus sobrios zapatos de origen chino. Y allí está él, contorneándose, clavando los falsetes.

Sintiendo por todo su ser el que fue durante un tiempo el himno gay por excelencia. El Rey de la Línea 3, un señor que en tiempos de crisis ha sabido reciclarse; y eso a la gente le llega, vaya si le llega, es el que más recauda de todos los menesterosos que pasan a lo largo del trayecto.

Cuando acaba la canción recupera la compostura, su gesto serio, sus movimientos de persona mayor. El Rey de la Línea 3, a un paso de convertirse en pura marca Barcelona. Un ejemplo de innovación que debería estudiarse en las escuelas de negocios que plagan la ciudad. Lástima que ni los profesores, ni los alumnos de ESADE cojan el metro.