Hace unos días, un amigo tuvo un accidente y se amputó media falange del dedo corazón de la mano derecha. Cuando le visité en el hospital me contó que, después de la operación, un empleado de la aseguradora le mostró un papel en el que se valoraban las diferentes partes del cuerpo: su falange, por ejemplo, valía 3.000 euros, un testículo 4.000, los dos 10.000 y así el resto. Yo bromeé preguntándole dónde tenía que meter el dedo para cobrar 3.000 euros; me respondió que la indemnización era un consuelo pero que sentía picores en la parte que se había seccionado, picores fantasma.
Al rato, mi amigo se quedó dormido. En la tele de la habitación daban un programa de economía. En el sopor del hospital fui incapaz de levantarme y cambiar de canal. Me recliné y, entre bombón y bombón, observé cómo el presentador entrevistaba a un directivo de Nestlé. “¿En estos tiempos de crisis qué tiene más prestigio internacional, la marca España o Nestlé?” El directivo respondió que era difícil comparar ambas marcas, ya que Nestlé es una multinacional presente en muchos países, aunque consideraba que la Marca España estaba infravalorada. Y es que, según un informe elaborado por una consultora independiente, dicha marca había perdido el 29% de su valor. Ahora bien, yo me pregunto: ¿Qué demonios es la Marca España? ¿Qué quieren decir cuando se refieren a la Marca España? ¿Un país es una marca? Hace años trabajé en una oficina de patentes y marcas, por lo que tengo claro que una marca sirve para identificar un producto mediante un conjunto de símbolos y palabras con el fin de garantizar su explotación en exclusiva. Entonces, ¿qué sentido tiene utilizar el término marca cuando nos referimos a países o a ciudades? Pues miren, creo que ninguno.
Emplear la palabra marca para hablar sobre la imagen que un Estado proyecta al exterior solo puede entenderse en un mundo donde cualquier elemento es susceptible de ser cuantificado económicamente, ya sea la suma de sus sectores comerciales, industriales, turísticos, o las partes del cuerpo. Todo tiene un equivalente monetario, todo se compra y se vende y si no se vende se le pone precio y se espera. Así, la imagen de un Estado cotiza en bolsa mientras sus habitantes pierden derechos y poder adquisitivo o engrosan las colas del paro. ¿La gente que deja de pagar sus hipotecas también forma parte de la Marca España? ¡Pues claro! Un señor hurgando en un contenedor fue hace unos días portada de The New York Times devaluando nuestro título comercial. Lo preocupante, lo dramático, no era el señor con medio cuerpo dentro del contendor sino las consecuencias de esa instantánea en los mercados. El ministro García—Margallo se apresuró a decir que había que establecer un plan para relanzar la Marca España. Los exportadores españoles consideraron que dicha marca —el proyecto predilecto del ministro—, en vez de ser una ayuda se había convertido en una rémora para la proyección exterior de nuestras empresas.
Mientras unos y otros se enzarzan en esa retórica de escuela de negocios, a mí me da la sensación de que esto de la Marca España es una estupidez, una frase hecha que los empresarios y los políticos de este país emplean sin saber muy bien qué significa ni la palabra marca, ni la palabra España, ni mucho menos la palabra ciudadano. Me pica todo el cuerpo.