Llega a primera hora y se instala en la puerta del súper que hay debajo de mi casa. Coloca un cartel en el que dice que está en paro desde hace tres años y que no cobra prestación alguna. El texto ya nos da una pista sobre el tipo de individuo que es 1 : no tiene faltas de ortografía y algunas palabras están marcadas en fosforito. Pide para mantener a su familia; dinero o comida, lo que sea. No se sienta en el suelo sino en un saliente de la pared que le hace de silla; a veces pasea mientras fuma. Viste limpio y sencillo: tejanos, camisas de cuadros y cosas así, que combina con un corte de pelo militar, gafas y un afeitado apurado. El otro día me fijé en que estrenaba unas resplandecientes deportivas blancas de marca Carrefour. No estamos ante el borracho harapiento que grita y delira mientras se caga encima, no: este señor es un profesional, un mendigo 2.0 que se toma en serio su cometido. Y la gente se lo recompensa, ¡vaya si lo hace!: tiene que ir vaciando el plato de monedas constantemente. Se lo digo yo, que lo vigilo desde el balcón.
El lunes la cosa pasó de castaño oscuro: el tipo detuvo a un gitano que acababa de robar en el súper. Mientras los empleados le felicitaban y esperaban a la policía para entregar al desgraciado, explicó que antes trabajaba como vigilante de seguridad. Al percatarse del hurto actuó de forma refleja, sin pensar, comentaba entre risas y palmadas en la espalda. Me irritó profundamente su actitud de vigilante de seguridad de paisano, igual que la de esos policías que, movidos por un sentimiento más allá del deber, protagonizan ese tipo de hazañas sin uniforme que tanto gustan a la prensa.
Además, vamos a ver: ¿qué clase de mendigo lleva paraguas? Pues éste lo hace, y también lleva una radio en la que escucha tertulias e informativos: todavía no lo he averiguado, pero no me extrañaría que encima fuese una emisora de derechas. Se cambia de ropa a diario (le tengo controlados tres pares de zapatos y dos monturas de gafas, una de ellas con varillas de color rojo), fuma Nobel (aunque no me sorprendería que rellenase los paquetes con Marlboros) y bebe agua embotellada (de marca blanca). Ayer, al salir del establecimiento, me alertó de que estaba a punto de perder las galletas que sobresalían del carrito. Ni siquiera se habían caído al suelo: fue solo eso, una advertencia. Le di las gracias mientras las colocaba bien y le maldecía en silencio. Si por lo menos te sentaras en el suelo… Mendigo alemán, vas de víctima de la crisis, pero yo te he calado: ¡los sábados ni apareces! Seguro que ganas diez veces más que antes, y encima en negro.
Cuando era joven uno de mis principales temores era acabar tirado en la calle, demente, alcoholizado, como esos que se arrancan el pelo a puñados mientras se les pudren los dientes. Hoy estoy más aterrorizado que nunca ante la posibilidad de convertirme en este nuevo tipo de euromendigo: respetado, sometido a horarios, cumplidor. Lo peor es que estoy seguro de que de hacerme pedigüeño sería así, incapaz de seguir mis instintos, reprimido incluso en la peor de las situaciones.
1 Hablar de mendigos en la misma web donde publica Carlo Padial es como instalar Windows en el ordenador de Bill Gates. Es uno de sus temas, lo ha desarrollado profundamente en sus escritos y conversaciones y creo que ha contagiado a su entorno su entusiasmo por este colectivo.