Tengo un amigo americano: de madre española, pero americano. Vive en San Francisco y veranea en Barcelona. Cuando nos encontramos siempre llego a la misma conclusión: no basta con haber nacido en los EUA, para ser americano hay que pensar como ellos. Mi amigo todavía es joven, estudió Informática en una universidad prestigiosa y, mientras trabaja como programador en una buena empresa, intenta dar el salto a una compañía puntera. Me cuenta que los procesos de selección son tremendamente exigentes. Valoran la formación académica y la experiencia, sí, pero no solo eso. Buscan a gente brillante, capaz de trabajar en equipo, gestionar el estrés, empatizar con los usuarios y, sobre todo, aportar desde su individualidad buenas ideas en momentos delicados. Los candidatos vendrían a ser, ahora que la carrera espacial está en suspenso, los astronautas de nuestra época. Al parecer, en América perfiles así los hay a patadas, y si les falta alguno en concreto lo traen de fuera. Pero eso no basta; no si se pretende que el negocio evolucione.
Mi amigo me habla de Sergey Brin, el cofundador de Google. Se trata del líder de un departamento de proyectos especiales. Por lo visto, Google se ve en la necesidad de contratar a personas excéntricas y valorar locuras fruto de su imaginación que, aunque nunca lleguen a materializarse, pueden ser el germen de auténticas innovaciones. A estos sujetos no se les exige estar preparados, y la mayoría ni siquiera tienen nada que ver con la informática. Sólo deben pensar de manera diferente, aportar una perspectiva nueva 1.
Sobre el papel, la idea es buena; en la práctica, estos visionarios se pasan el día haraganeando y disfrutando de las magníficas instalaciones de Mountain View 2 sin aportar absolutamente nada. En uno de sus esfuerzos por dinamizar el departamento, los ejecutivos repartieron a sus pensadores en grupos de trabajo ya existentes, pero eso tampoco dio resultado. Actualmente los directivos de Google siguen dispuestos a asumir el riesgo de cargar con unos cuantos inútiles, conscientes de que una sola de sus ocurrencias podría cambiarlo todo. A mí todo esto me parece muy ingenuo, un intento de fabricar una especie de Steve Jobs de laboratorio.
Ahora, le digo yo a mi amigo, imagina lo contrario: empresas donde la mayoría de empleados no están bien preparados, porque las universidades de las que provienen no figuran ni entre las 170 primeras del mundo; donde los méritos no se valoran sino que se funciona a base de enchufes, de amigos de amigos. Piensa en departamentos donde una sola persona hace el trabajo de cuatro; a veces por falta de personal, otras porque los otros cuatro están haciendo no se sabe qué. Donde sus directivos planifican a corto plazo, sin invertir en investigación ni en desarrollo. Supón que esta manera de funcionar se da no sólo en el sector privado, sino también en el público e incluso en la política: especialmente en la política. Sería un lugar espantoso, ¿no crees?
1 Como diría Zizek, filósofo esloveno del que me declaro muy fan: disponer de una visión de paralaje, no estar situados en el centro del pensamiento actual sino en sus extremos. Slavoj Zizek. Visión de paralaje, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2006.
2 Ciudad donde se encuentra Goopleplex, la sede de Google en Santa Clara, California.