Piensa en los Goya y sabrás qué vamos a comer hoy, cariño: salchichas Oscar Mayer, que es el resultado de mezclar los Oscar con la cola del paro. ¿Has probado el corazón de pato? En Francia los corazones de pato los ensartan por docenas desde tiempos de Vercingétorix. De ahí viene la nouvelle cuisine française (no, no digo que venga la prima nueva de Francia, todavía no es verano). El ocaso es eso que tenemos siempre ante los ojos: es ver a Francia convertida en una revista gastronómica después de haber sido el sitio donde se ha cocido todo. Esto está muy bien explicado en Los laureles del César (si quieres saber, lee, dulzura; todo está en los libros, principalmente en los tebeos, cuando a los libros les quitas los dibujos sólo queda el bla, bla, bla…). Los laureles del César es la aventura más triste y sórdida de todos los Astérix. Pasa casi toda de noche, por las callejuelas de Lutecia, entre borrachos solitarios, en mercados de esclavos, en calabozos y entre las sombras subterráneas de un circo romano. Las clases acomodadas de París y la clase patricia de las mansiones de Roma están aquí formadas por familias decadentes, gentes alcoholizadas que buscan cada día una nueva diversión en su bosque petrificado (cielo, tu corazón y el mío son también un bosque petrificado, en vez de sangre tenemos petróleo, porque tú y yo somos dinosaurios de otra crisis más antigua, año setenta y tres, recuerda, solapas anchas, bombas en las estaciones; esta crisis no es la nuestra, aquí somos fantasmas arrastrando cadenas de oro). Cielo santo, se me ha olvidado lo que te estaba diciendo. Ah, sí, Astérix y Obélix. ¿Has leído Los laureles del César? Puedes sacarlo gratis de la biblioteca. La historieta la escribieron, la dibujaron, en tiempos de Eddy Merckx y está impregnada hasta la médula de los días en que París bien dejó de valer una misa para valer una mesa. Era la época en que se marchitaron las rosas rojas que aún se retuercen por nuestras venas, y con las espinas unos se harían coronas y otros una sardana, que también es redonda. Toda la trama de Los laureles del César tiene un motor gastronómico: Astérix y Obélix viajan a Roma por una apuesta, deben robarle la corona de laureles a Julio César para aromatizar con ella un ragú. Pero esto ya lo habían dicho Marx y Engels (Engels hacía de Astérix) comiendo fideos en la fonda aquella de Bruselas: las crisis del sistema siempre vienen precedidas por Ferran Adrià. Ay, cariño, hay cuatro rosas en tu honor dentro del vaso que te doy, pero si se te han quitado las ganas de beber aparto de ti este cáliz. En la alacena queda más corazón de pato, del de comer; la aventura de La Mazmorra la he dejado con los tebeos, está por la T de Trondheim. Si lo que te apetece son vísceras, ahora bajo a la calle y destripo al primer zombi que pase. Dicen que también les han metido carne de caballo. Así empezó entonces, ¿te acuerdas, corazón, de cuando jugábamos en las vías y éramos todos carne de caballo en polvo? Cuando acabes el crucigrama (amor con dos letras es “tú”) déjame el periódico, porfa, que quiero leer el chiste.