Ay, corazón, porque la gente vive criticándome paso la vida sin pensar en ti, ni en nada, sin centrarme en ninguna otra cosa salvo en la figura de Walt Disney, el americano perfecto, como dice una novela de ahora y como dice también la ópera de Philip Glass que han estrenado en el Real de Madrid. Otro día hablaremos tú y yo, por la orilla del bar, del Real Madrid, sin el “de” que los separa. En la facultad, en las clases de Química, que la maestra llamaba Gramática, nos explicaban que el “de” trasforma los sustantivos en adjetivos. En este caso, el “de” delante de Madrid daría lugar a algo equivalente a “madrileño”. Pero la Gramática no es un pacto entre palabras, al contrario, la Gramática es lo que compartimos tú yo cuando no nos ve nadie y no tenemos ya más que contarnos. ¿Te acuerdas de los que decían que Disney era de Almería? Mentira podrida, de Chicago, como Al Capone y los Cheap Trick. Aquí, lo único americano de Almería era la bomba de Palomares. Que mandó que a su muerte lo congelaran sí es cierto, pero también es verdad que su familia tuvo miedo de encontrárselo un día en el reparto de Eissmann, así que lo incineraron en California como a un brahman en el Ganges. Pides agua y te dan fuego, desengáñate cariño, eso es lo que te harán siempre los tuyos.
Walt Disney fue un cowboy de medianoche en la noche profunda americana. Un rostro de provincias en busca de un chute de neón. Su mundo es el de las maravillas de Alicia, pero está hecho de graneros con tablones podridos y veletas con la flecha y el gallo, de establos con altillos, de trenes de mercancías que atraviesan cada uno de los Estados, como un poema de Allen Ginsberg… Ratones, vacas, caballos, aves de corral, con esas apariencias se manifiestan los fantasmas de su mente. Él en persona es el ratón Mickey, por supuesto. Todo creador es un niño solitario, un ser al que se ha abandonado. Como Hergé dice con Tintin o Mark Twain con Tom Sawyer. Y en su hermano Roy, el que llevaba los papeles de la empresa, el que le plantaba cara al mundo, vive, claro, el espíritu del pato Donald. Roy y Walt, Donald y Mickey, son el mismo campo semántico, la gramática no engaña. Ahí, en ese ratón y en ese pato, está el corazón, sístole y diástole, que hace latir a Disneylandia. Ay, amiga, hay que ver cómo es el amor, se lo dijo san Pablo Abraira a los romanos: nosotros también fuimos Disneylandia cuando éramos Bruguera. No te hablo ahora de muñequitos sino de lucha gremial y de huelgas. Me refiero al nacimiento de la UPA (tuvimos un profe de latín al que llamábamos Magoo, que nos daba pastillas Juanola por sabernos las declinaciones; por ejemplo, la primera, declina Rosa: Rosa Parks, Rosa Luxemburgo…). La UPA son los estudios de animación que van a montar en 1941 los huelguistas de la Disney. Quieren que se les reconozcan todos sus derechos como dibujantes, liberarse de la explotación negrera de la factoría, y así acaban fundando una productora que será la más moderna de todos los tiempos. A finales de la década siguiente, en 1957, Cifré, Conti, Escobar, Peñarroya y Giner, se van de Bruguera por lo mismo, para lo mismo, y montan el Tío Vivo, que es nuestra UPA. Pero Estados Unidos es otro país, otra gente, una guerra civil diferente a la nuestra. Al Tío Vivo, que es el tebeo perfecto, se le niega el aire que respira, se le asfixia desde fuera, desde la matriz abandonada de Bruguera, y en tres años Tío Vivo ha chapado su redacción en plenas Ramblas, la carne viva de Barcelona, y regresa sin aliento, allí, otra vez a los descampados de esa montaña menestral, a las oficinas de siempre, para llevar a partir de ahora una vida artificial, de criatura disecada. Amor mío, no hay un lago negro, hay un lago blanco, un lago inmenso lleno de fango.