La publicidad es el esoterismo del hombre de hoy, no hace faltar ver Mad Men para saberlo. En realidad no hace falta ver Mad Men ni ninguna otra teleserie, con leer ya vale si lo que buscas es literatura. Cuando para darle un prestigio académico, es decir, para aparentar poder, se anuncia que en tal o cual serie de televisión ha trabajado tal escritor, un reputado novelista…, lo que se consigue sobre todo es echarse mierda encima, pues se está pidiendo prestado una cosa que no se va a poder devolver. ¿Qué es lo que se está diciendo al final? ¿Que se ha llamado a la caballería? Perdona, cariño, por esta figura retórica que suena a Murieron con las botas puestas, pero no tenemos, tú y yo somos tan pobres, otro ejemplo mejor. Así es. Desde su origen la literatura está hecha de caballería, desde mucho antes de que lo estuvieran el cine y la conquista del Oeste. La literatura lleva pegada a las suelas la polvareda de los caballeros andantes. Viene de los cuentos, novelas, relatos, qué más da, de Chrétien de Troyes, de Joanot Martorell, de Sir Thomas Malory…, de la culminación del Quijote, esa novela que creyéndose el final de una época iba a ser el principio de nuestras vidas. Ay, amor, tú eres la mejor de las mujeres como la campanera de Joselito, y juntos nos hemos pasado la vida leyendo libros de caballerías. Juntos, cada libro entre dos, diciendo a los problemas adiós, como los amantes de Fritz Lang en Sólo se vive una vez, huyendo agarrados a un volante igual que se coge un libro, atravesando carreteras por las noches en un coche robado. Ella, la chica, con la bufanda de lana y la cabeza apoyada en su hombro mientras él conduce. Huyendo los dos de un mundo injusto sin que nadie les vea ni nadie se digne a mirarles. Qué es leer, cariño, sino huir también de donde no te quieren. ¿Te acuerdas de Philip Marlowe, encanto? Vaya pedazo de caballero andante. Siempre salvando a doncellas en apuros, deshaciendo agravios, enderezando entuertos a cambio de nada, más las dietas. Siempre enamorado de lejos de mujeres demasiado bellas para ser descritas sin los tópicos más crueles. Cariño, yo también te quiero de lejos, por eso prefiero que lo nuestro se quede en estos mails (no te confundas, un mail es un correo, no un canuto). Y qué títulos tan evocadores sus libros, los de Marlowe. ¿Recuerdas cuando leímos La dama del lago? Pero, qué brutalidad, ¿cómo una novela de detectives puede tener un título tan caballeresco? ¿Y La ventana alta? También era Chandler (qué escritor, cualquier día le hacen padre putativo de una teleserie). En ese título, en La ventana alta, está condensado lo más intenso del amor cortés y de los cuentos de hadas. Una ventana alta es el sitio donde siempre ocurre todo lo que va a destrozar el corazón de la gente y los cuerpos que lo envuelven. (Cariño, el mío es un corazón caducado dentro de una lata llena de abolladuras.) Desde una ventana alta se descuelgan los enamorados que han ido a visitar a su dama después de firmar con la muerte un pacto de no agresión por unas horas. Desde una ventana alta cae el cabello dorado de Rapunzel como un reguero de fuego que escapa de su propio incendio. El pelo de las mujeres es un bosque que arde. Te lo digo, corazón, con la mano en el pecho, como aquel caballero del Greco; te lo digo por Radio Futura, que es la vieja lengua que utilizamos los amantes de mi quinta: en el fondo de la casa oscura, unos ojos, ¿quién eres tú?, soy un hombre muerto como cualquier otro caballero andante. Igual que Lanzarote del Lago en busca de su dama del lago. Igual que el detective Marlowe esperando, con el ala baja de su celada de fieltro, a que algo se mueva allí a lo alto, en la ventana de arriba. La literatura es el idioma de los muertos. Por favor, no pongas la tele, amor mío, que estoy descansando.