Emboco el día con un gran ataque al corazón. Un ataque al corazón colosal que es en realidad un beso de abuela que viene a recordarme que los besos de abuela no se han dado nunca, que han sido siempre sisas de lozanía, vampirismo, y porque lo saben te hacen entrega después de un dinero. Pero no es el caso. La vieja, que es que no es mi abuela, se aleja con los cabellos ocultos en una pasmina de colores rendidos, la veo irse en sus ropas como una rata bien comida y mientras hago por encajar el susto advierto más allá que un estibador —que no puede verme, que no ha visto nada— ha detenido el trasiego un instante, ha cesado su mirada como un remo en el costado y parece estar escrutándose el ánimo. A mi vista esta mañana es un hombre auscultando el sol mudo y limosnero, tal vez porque un beso ávido como lo es un beso de abuela es inevitable que se prolongue hasta los operarios.
Me muevo entre los contenedores metálicos como una figurita afeminada, como una de esas chicas de codos frágiles porque estoy un poco asustado, joder, cuando a mis pies encuentro una nota en caligrafía rolliza y ultramar de niña resuelta: “Voy a denunciar al colegio porque me hayan matado el hámster”. Pero esto qué es. No me explico cómo habrá llegado esta nota al puerto de mercancías, al que acudo a veces como un pintor de marinas para estimular lo que aquí saco de mi cabeza para meterlo en la vuestra y donde una abuela que no es mía me acaba de chupar la cara.
Ya son varias las incógnitas: ¿Piensa la niña en juzgados o en un guardia urbano? ¿No es más fácil para una criatura apelar al fuego? Tal vez no para un niño de hoy, ¿qué les han hecho? Siempre me han gustado los niños porque os dan mil vueltas, siempre me han gustado pese a que los sé cachorros de vosotros, proyectos de desastre, por tanto es lógico que me entregue a la idea de liberarlos de la involución, creo que es lícito emborracharse en la imagen de un colegio en llamas como algo más que una purificación, como un lucero del alba y un himno de lunes a viernes.
La cuestión es que se me está haciendo tarde. He pasado la noche al raso y he caminado todo el día pero no hay rastro de la vieja que me despertó con un beso. Me pregunto si puede haber viajado desde muy lejos como polizonte en uno de estos contenedores, porque a lo mejor si tienes las uñas muy largas no te dejan venir en avión, puede ser. La busco como si rastrease mi propia naturaleza, para casarme con ella, pero mi sombra es alargada y no puedo quedarme mucho más tiempo porque recuerdo que las brujas esperan la luna, ¿sabíais esto?: las brujas, para recobrar poderes consumidos, se levantan las faldas y muestran el culo a la luna.
Si esto fuera un bosque enfundaría una liebre en celulosa, le prendería fuego y la echaría a correr, que es un poco lo que pretendo siempre que escribo. Pero aquí no hay árboles. Esto es sólo una selva de moles herméticas que no sé qué llevan dentro pero nada bueno.