Cómo me gusta la muerte, con su aspecto de tía segunda. Me gusta más que otras comadres suyas de poca monta, la avaricia o la traición y hasta la mediocridad reinante, que sin calaveras ni oficio nos vienen a argumentar. Me interesa más la muerte festoneada de símbolos, cuando viene silenciosa y mundana para hacernos dejar de ser, porque está más viva que todo ese afán de poder por el que habéis sustituido el sexo, en los tiempos modernos. A la muerte la pienso todos los días para evitarme la suficiencia, y a primeros de cada mes le llevo unos huevos frescos para tenerla contenta y entretenida, aunque a veces se me escachan a medio andar, merengándome las manos entre la turba desgraciada que es capital social, mequetrefes que me encuentro por la calle y que, ¡horreur!, son yo mismo, son igual, patriarcas sin primogénito llevando unos huevos en sacrificio, a veces en bicicleta.
Hoy el viento ha hecho encallar en el patio a una paloma que me mira con el pasmo y me habla de la última que agonizó ahí otra estación, cuatro días y cuatro noches, cloqueándome su agonía a ratos, así que revuelvo cajones hasta dar con el tirachinas que mi abuelo fabricó sentado en un tocón entre los pinos, hará cerca de treinta años, con rama de sendero, cuero humano, caucho de neumático, amor vandalista y una navaja menuda de repartir y ofrendar; y cargándole en la badana una canica de vidrio (no hay ni piedras, en esta ciudad que no sabe divertirse y a la que se le ha de pagar el café antes de mojarse los labios), alimentando este arma eximida como juguete que en una noche colosal de agosto me ayudó a romper diecisiete farolas por gusto e higiene y por derrochar mi excedente de vitalidad, miro de partirle el cuello a la bicha y a la de tres le he evitado el padecer. Todavía me acuerdo de cómo iba esto. Si hubiera sido un caballo habría sido incapaz, pero era una colometa, estúpida y sin colorín.
Ya es por la tarde y el día me niega su grupa. Sólo me queda escribir dulzón para que las niñas bonitas dejen de estudiar y procedan al aprendizaje, aunque algunas estén muy bien enseñadas y yo, que hoy me he saltado el nadar, acabe sonando a francés tuberculoso venido de quién sabe dónde, cuando a mí lo que me gusta es y ha sido siempre el glam rock.