Cuando sea mayor me compraré un día el periódico para dejarle las gafas encima. De aquí a entonces tendré que haber ido al oftalmólogo porque ya empiezo a sentir la vista cansada, tanto al menos como el corazón, y a la vuelta de la consulta compraré el diario de otro país, uno vespertino (un país de tarde, de sacar la sillería a la fresca), porque me gusta pensarme exiliado en un lugar menos ridículo que esta España de deportistas en la que estoy ahora sentado, echando en falta las lentes de cuatro cristales con las que Vincent Price miraba la tumba de Ligeia para mirar yo de frente la península ibérica que estaría tan bonita en llamas en lugar de así calcinada.
Recobrando la sangre fría pero siempre movido por mi impulso natural demoníaco (¡viva!), me asomo a este derivado tan menudo del telégrafo que es la comunicación instantánea (idea de independencia que es interdependencia feroz), y yo en mi casa y tú en la tuya finto las redes llenas de peces muertos y brinco a la prensa en busca de una información concreta de hace cien años, pero va y me dicen que me suscriba. Y en el regreso al futuro me demoro en los papeles y me encuentro con que de pronto un día se habrán asimilado expresiones como “de género”, que por fuerza tuvo que inventar un hombre, un bruto muy de levantar la mano, porque de género ha sido siempre una novela o una película, mujer, una del oeste o una de miedo, donde el deseo estético y de intensidad puede dar a florecer las formas más hermosas de la ficción, que son siempre las de la violencia, mientras que la violencia de género es otra cosa, una degeneración y una carcasa para caldos pochos, los de la prensa toda sin distinción, que de violencia dice no entender nada pero que las mata callando.
A los periódicos siempre les ha ido mucho el poner significantes carentes de significado, porque algo hay que poner para que no pisemos lo fregao, y esto va a más porque antes la prensa se hacía de noche y ahora se hace todo el rato, como el hablar por hablar o el mirar para otro lado. Antes un niño no podía manejar un diario porque se le hacía un mundo aquella sábana, y por eso le pusieron internet y ahora el chaval puede ir navegando aunque ya no puede hacerse un barquito. Es un dilema o una paradoja o una contradicción pero tampoco lo es tanto, porque ha sido cambiarlo todo para que siga todo igual, y así la prensa se sigue leyendo con una venda en los ojos para que no se canse la vista de querer mirar la lejanía muy de cerca, y los periódicos se leen de la misma manera que se leen las banderas, aunque sea bien sabido que no hay bandera más bella que la que está por arder.
Pero es que es inútil. Es inútil leer a la gente que explica las cosas; de lo que se trata es de leer a la gente que las sabe y que no es que se las calle, pero que no las dice. ¿En qué cabeza cabe leer a William Randolph Hearst en lugar de a Charles Dexter Ward? Yo sólo pienso en el fuego.