El otro día, en el metro, tuve la certeza de que iba a morir víctima de un atentado islamista. De hecho, siempre que voy en metro me planteo esa posibilidad, es algo sobre lo que no tengo control. A lo largo del día, no puedo evitar pensar, haga lo que haga, esté donde esté, que voy a morir de una manera horrible y violenta. Si voy en autobús creo que tendremos un accidente en el que volcaremos, me caerá gente encima y quedaré atrapado entre hierros retorcidos que atravesaran mi cuerpo. Mientras lo pienso veo que faltan los martillos de plástico para romper las ventanas en caso de emergencia; en casi todos los autobuses faltan tres de cada cuatro. Si estoy en un hotel es casi seguro que se producirá un incendio, por lo que debo estudiar dónde están situadas las salidas de emergencia, los extintores, etc. Comprobar la fecha de caducidad de los extintores es importante. Cuando llego a un hotel es lo primero que hago, incluso en momentos de pasión he tenido que dejar a mi pareja a un lado para hacer estas comprobaciones. A cada lugar le corresponde un riesgo, soy ordenado en mis temores, así, en casa el peligro está en el gas, en un edificio alto es un terremoto y si voy en coche se trata de un terrible choque contra un camión cisterna cargado de combustible, o mejor contra un camión cisterna cargado de combustible cerca de una gasolinera que también estallará por los aires. Imaginad mi cara cuando me cruzo por la autopista con un camión de esos. Lo peor es que no puedo desconectar: si estoy pasando un día en el campo me descubro mirando al horizonte a la espera de ver estrellarse un avión. Antes del 11S temía que se estrellase contra mi casa, pero, de alguna manera, la realización del acto lo ha dejado sin sentido; es un poco Lacan, lo sé. Lacan sostenía que la realización de nuestros deseos es negativa para el individuo, que los deseos tienen que funcionar como deseos en sí mismos, irrealizables. En este caso en concreto no puedo estar más de acuerdo.
La situación geográfica también es importante. En Madrid el peligro son los coches bomba, en Barcelona visualizo un robo con violencia, con navajazos gratuitos de por medio. Me paso el día muerto de miedo. Ha sido así desde que tengo uso de razón. Cuando era niño, si tenía algo temía perderlo; si no lo tenía, temía no tenerlo nunca. De adolescente me decía que el miedo era lo que motivaba a los grandes hombres, ni el poder, ni el amor, ni el dinero, solo el miedo. Imaginaba a Napoleón a Alejandro Magno o a Atila enfrentándose a sus temores hasta vencerlos. Con el tiempo descarté esa teoría para aceptar simplemente que soy una persona miedosa, neurótica e inmadura que se entrega gratuitamente a fantasías destructivas muy elaboradas. De vez en cuando comparto con alguien estos pensamientos, pero siempre genero rechazo. ¡Vaya cosas de pensar!, me dicen cuando les explico lo que me pasa por la cabeza. Así que ya lo sabéis, si algún día no os saludo por la calle no es porque sea un maleducado, es posible que ande ocupado en la compleja tarea de destruir el mundo, o al menos la parte que me rodea.