Que mi papa le dé la merienda a mi hijo,
algo tan simple en principio, para mí ha
sido de lo mejor que me ha pasado en
la vida…
Javi M, en Facebook
Tumbado en la camilla veo pasar los fluorescentes y sudo, dicen que un ataque de riñón duele más que un parto. No sé si es verdad, pero duele mucho. Luego llega la comedia de la medicación, primero te pinchan un antiinflamatorio que no hace nada, esperas media hora, te dan un calmante y cuando ya estás muerto de dolor te inyectan un derivado de la morfina que, al momento, te hace vomitar pero te alivia, ¿no podrían empezar por ahí? Mientras, a tu alrededor, camillas llenas de hombres que gimen, en la unidad de urología se gime mucho. Y allí está él, el tipo que apuntaba más alto de mi clase trabajando en la recepción de urgencias del hospital. Javi M, el niño que toda madre quiere tener, rubio, ojos azules, dulce y simpático, enamoraba por igual a alumnas y profesoras y, aunque no dependía de él, ya vestía con elegancia. Lo contrario que yo, vamos. Como no podía ser de otra manera, fue el primero de nosotros en besar a una chica, en meterle mano y en tener relaciones, antes incluso de que el resto diésemos el primer beso, en muchos casos a chicas que habían estado con él previamente. A pesar de su popularidad, Javi M nunca se mostró altivo, todo lo contrario, se preocupaba por los demás, intentaba que la gente se sintiese bien a su lado. Y aunque jamás me dio un motivo yo le odiaba. Con una extraña mezcla de envidia y admiración, sí, pero le odiaba. En el instituto le perdí de vista, más tarde, cuando iba a la universidad, un ex compañero me dijo que Javi M se había hecho homosexual. Debido, según él, a un hartazgo de compañía femenina (sí, este era el nivel de mi cole). Otro día me explicaron que había sufrido un accidente de tráfico y había perdido un brazo. Javi M, siempre presente en las conversaciones entre ex alumnos.
Hace un par de años al darme de alta en FB, Javi fue uno de los primeros en pedirme amistad. Pude comprobar por las fotos que lo del brazo era mentira y que además estaba casado y tenía un hijo. Se había quedado calvo pero parecía darle igual, su vida seguía siendo perfecta. En su muro había fotos de su familia con entradas como esta:
“Cualquier día me lo como, no se puede aguantar lo que me mola este hijo nuestro… ¡Estoy viviendo con él y con mi mujer los mejores momentos de mi vida!“
Y decenas de comentarios:
“¡Increíble, quién iba a pensar que un día estarías así! ¡Felicidades, se te ve esa alegría universal en los ojos! ¡Un besote a los tres!“
Sinceras muestras de afecto que despertaron en mí el antiguo odio que sentía. Los demás también tenemos hijos, les queremos y no vamos todo el día pregonándolo a los cuatro vientos. También comemos buenas paellas y vamos a la playa y somos felices, coño, pero no somos unos exhibicionistas de felicidad. Ahí estaba la clave, Javi M era justo eso, un exhibicionista de la felicidad, no le bastaba con serlo, tenía que hacerlo público. Luego empezaron los cólicos, las visitas al hospital y los encuentros en recepción donde Javi intentaba que estuviese lo más cómodo posible y hablaba con los médicos para que me diesen buen trato y yo allí, muerto de dolor, sin poder parar de odiarlo, sintiéndome mal por ello y jurándole al salir, bajo los efectos de la medicación, que sí, que un día teníamos que quedar con los niños, e ir a tomar un vermut a ese sitio tan bueno que conoce.