Veo el grafiti en un puente de la autopista: La culpa es de los bares. Justo antes de pasar, lo vuelvo a leer y me doy cuenta de que pone bancos: La culpa es de los bancos. Ahora sí. Pero me quedo con la otra idea: en mi opinión, los bares son tanto o más culpables que los bancos de la crisis.
Tascas, mesones, tabernas, pubs, discotecas, cantinas. ¿Cuántos bares hay en este país por habitante? Según Internet, uno por cada 132 habitantes, sin contar a los turistas. Estamos a la cabeza de la Unión Europea en esta categoría. Por eso los negocios no se cierran en los despachos sino en los manteles de los restaurantes y las carreras se cursan en el bar de la universidad. Es la cultura de bar, mal llamada mediterránea, representada por sus ilustres cocineros a golpe de estrellas Michelin. Es ese no encontrar sitio en ninguna terraza en verano, con las mesas llenas de cervezas, patatas bravas, calamares, pescadito y croquetas. Es mi barrio dormitorio con barras cada quince metros en las que la fija clientela se cuece a fuego lento. O son esos rusos en las Ramblas, bebiendo tanques de cerveza templada y comiendo paella de lata.
Estoy harto de tener reuniones en cafés para hablar de guiones, de que los proyectos se hablen a las dos de la mañana cuando coincides por casualidad con alguien en algún sarao. Nadie llama a nadie, todos coincidimos en bares, presentaciones, estrenos y, como quien no quiere la cosa, se deja caer el asunto: Tú y yo podríamos colaborar, dice uno, ¿qué estás haciendo ahora?, se interesa un editor. El miércoles hay un pase de tal peli, habrá birra gratis, apunta otro.
Me comentaba un conocido que en Barcelona el papel dinamizador de la FOX y la WARNER lo juegan Estrella Damm y Moritz. Se reparten el patrocinio de todos los eventos culturales, conciertos, fiestas, etc. Son los engranajes de nuestra cultura de trasnoche, de latas vendidas por pakistanís cuando cierran los bares.
A ver si al final todo es más sencillo y tengo yo razón, la culpa es de los bares y de los que se pasan el día en ellos.