Anoche se fue la luz, a las cuatro menos veinte. Durante diez minutos, todo el barrio quedó a oscuras, pero la luminiscencia del cielo era tan grande que pude verte sentado en el último banco de la plaza. ¿Por qué me sigues después de tantos años y de dónde proviene esa claridad tan espantosa? ¿De verdad quieres que me siente a escribir todas esas cosas? ¿Qué importancia tienen ahora? Casi no recuerdo quién era yo entonces y creo que no alcancé jamás a descifrar ni el foco, ni el eco de tu lejana procedencia. La oscuridad esconde un fondo de púas amarillas que segregan una dosis casi imperceptible de jugo de adormidera, cuyos efluvios hacen del tiempo un embalse viscoso e inmóvil. La mayoría prefiere la quietud horizontal de los pantanos al discurrir sinuoso de los ríos, el pasado ahogado y sumergido a la inquietante aventura del perpetuo movimiento. Tú quieres que ancle mis ojos en el fondo turbio y reposado de ese pantano, del que intento salir a cada rato. Prefiero mil veces el río. Pero no sé nadar, ni navegar, y sólo consigo avanzar por él buceando, falto de oxígeno y con las pupilas heridas por la fuerza de las aguas y de las pujantes criaturas que lo pueblan. Hace tres días descubrí la razón última de las oficinas, el secreto sentido de los teléfonos, los faxes, los ordenadores… Lo anoté en el reverso del envoltorio de la panadería, lo transcribí a uno de mis cuadernos, lo adorné con adjetivos y cifras, y entonces presentí tu regreso, tu silueta en las gradas de mi vida de alfarero condenado a pilotar altivos aviones o esquimal enamorado de la última foca. Por eso, cuando anoche me levanté a echar un trago en la cocina, y se apagó la luz del comedor a mi paso, supe que te encontraría sentado en ese banco ladeado y siniestro que rehúyen hasta los perros. No me rondes más, mi decisión es otra y diferente, mi cabeza se apresta a nuevos viajes. Cuando la nieve caiga en un velo sobre el terciopelo del mar, sondearé espesuras más adversas, con el cuchillo prieto entre los dientes y la corriente rompiéndome el hocico. Veré nacer el río entre las rocas de las heladas cumbres milenarias y, antes de que me engulla el torbellino, me veré reflejado en muchas sombras, que atraviesan el tiempo y los espacios, carentes de mapas y de alforjas, bullendo en una noche sin esquinas, en la que no hay más palacio que el vacío en el que las miserias se deshacen para volver al mundo hechas hijos.