Aquí no firma nadie porque el nombre es lo de menos, que ya me estoy hartando de recibir las latas sin el cartoncillo y tener que abrirlas para saber si llevan atún, caballa, o sardinas. Si fueran de legumbres se notaría enseguida, porque traerían estampada hasta la foto. Pero las de pescado parecen todas iguales, y no hay derecho. Yo vine aquí por amor al prójimo, y a mí no me quieren ni las monjas del orfanatorio. ¡Con lo que siempre me han atraído la negrura y la selva! ¡La de veces que lloré y canté con el rey león en la gran vía! Me merendaba en el Nebraska y luego me metía en el Lope de Vega, con esa mirada mía de niño-hombre en Madrid que tanto fastidiaba a la psicóloga. Allí aprendí a querer —más que en los documentales y las enciclopedias— los usos, ritmos y colores del África profundísima. Se me comían las ganas de bajar hasta aquí para empaparme de ancestros y echar una mano. Por algo todos salimos de este agujero, que viene a ser el primer termitero de la humanidad. ¿Y quién me lo agradece ahora? Horas de entrevista con los mantas de la asociación, vacunas, billetes, transbordos, registros, aduanas… Y, cuando llegas aquí, te miran como a los micos del zoo y ni dios que te haga un huequito en la barbería. Me han salido ronchas hasta en los talones de tantas conservas, y ni siquiera me dan la oportunidad de distinguir lo que cargan dentro. A cualquiera le habrían colgado una medalla después de pasar por lo que yo he pasado, pero a mí no me dan ni la hora. ¡Quince horas tirado como un trapo detrás de la línea de congeladores! Por una vez que me acerco al supermercado para mejorar la dieta, y empiezan a llover pepinos. Lo que no me pasa en la selva, va y me salpica entre botes de guisantes y cajas de fruta. ¿Por qué no os largáis a disparar a la casa de gobierno o al palacio de justicia, fantasmones? ¿Qué tenéis que venir a hacer aquí, si nos acercamos para haceros un favor descargando divisas? Para un recuadrito de loza y cemento que tenéis y venís a reventarlo. Pero conmigo no pudieron ni mi mujer, ni mi madre, ni mi suegra. Lo tenéis crudo. Yo me subo a un árbol y no me descubren ni con infrarrojos. Me rebajo la temperatura corporal hasta la frescura de una rana y me paso sin mear las horas del día. Como un trapo estuve y como un tronco me quedo el día que quiero, malagradecidos. Vais a gastar más munición conmigo que en toda la guerra. Mientras vosotros rezáis, yo me como esta lata.