Sé que se ha puesto bótox porque parece que los ojos se le hayan agrandado un par de tallas. O vas puesta o te has puesto. Luego le queda aquél brillo en los pómulos que es cómo una pátina de crema que parece cosas que mejor no nombrar y menos ahora que todo el tiempo es horario infantil, pero infantil psicópata, que es una mezcolanza a la que las películas de serie b y los políticos (en lista singular en el original) le deben mucho y también los padres y madres de hijos venite adoremus, que es como creen que se educa a todos los niños los que no han tenido ni niños ni paciencia ni ganas de mirar.
La mirada habla de cómo estamos hechos. Dime cómo miras y te diré por qué lloras. Pero esto ya es mucho pedir, porque llega un momento que los demás —salvo los de muy adentro y muy de cerca—, no importan tanto, si es que alguna vez nos han importado algo o solo los hemos mirado para vernos a nosotros mismos.
También hay miradas prefabricadas, aunque esto ya es entrar en el mundo de la conspiración, y eso no. Que se lo coman crudo y se coman entre ellos.
Brindada a los placeres cotidianos —y si alguna vez me he referido al placer en términos de tamaño es porque también he estado atrapada en la corriente—, encuentro por la red una receta de bizcocho que dan ganas de brincar en la masa y me dispongo a prepararlo. No pongo comas y no le echo azúcar.
Manu Chao dice que el azúcar es malo y eso ya lo sabía yo antes de enterarme (¿te enteras o no te enteras?) y me parece que he encontrado otro simbolismo. De hecho, lo ponen todo tan a huevo que la simbología de este siglo será lo comido por lo servido. No encuentro la frase hecha oportuna. Se me ha quedado en la punta de la lengua.
Manu Chao dice que el azúcar es malo en las entrevistas que da para hablar de música y de sus cosas, pero antes de eso yo ya había soñado que Manu Chao y Pep Guardiola eran la misma persona. Y como tuve el ímpetu de escribirlo en el muro de un amigo en el Facebook, puedo asegurar que mis pruebas son fehacientes y veraces.
Parce que haya algo personal entre Guardiola y yo porque le cito mucho. Nada de eso. Es sólo un símbolo, así como Manu Chao me sirve para hablar de lo malo que es el azúcar, lo que supone la vuelta de tuerca de una educación gastronómica y cultural que empezó siendo edulcorada en exceso y ha acabado por ser amarga, de vómito agrio.
El punk intermedio; algo en el intermedio debió de ser lo justo, pero cuando pasó no nos debimos enterar. Yo no. Nos enseñaron que todo lo justo, al menos así lo entendí, estaba en las mitades, no a modo de cénit, si no a modo de peso en la balanza. Ni blanco ni negro, justo en medio. En la mitad.
Pero si te echas en la mitad de la cama nadie puede compartirla contigo. Siempre está en mitad de todos los fregados. Así se habla de personas ubicuas, con ganas de abarcarlo todo y apretar poco.
No es justo estar en la mitad, hay que posicionarse y la posición exige tirarse a un lado. Si te quedas en medio te llegan todas las hostias o es que no te casas con nadie, valiente mamarracho. La indiferencia que mata.
Deberéis vivir en la atrocidad de la duda. Pasolini a los jóvenes. Roma. Exposición en el CCCB hasta septiembre. No hay que perdérsela. No sé si es gratis o de pago, pero si es de pago, que lo será, te puedes colar fácil. En el CCCB trabaja gente muy maja y si vas a deshoras te dicen vale, entra. O al menos eso me contó un amigo que tengo por juventud interpuesta y cree —y cree bien— que la cultura debería ser gratis.
Hablar de cultura gratuita es como hablar de presos bailando el rock de la cárcel, estas cosas que han pasado a ser el recuerdo del bótox de otros tiempos, que no era botox si no libertad adquirida y también nos agrandaba la talla de los ojos.
¿Y si dejamos de decir que luchamos por las libertades y decimos que luchamos por las esclavitudes? ¿O sólo pegamos palos de ciego?
El quid está en el azúcar, en cómo vamos descubriendo lo nocivo, después de haberlo amado tanto.
¿El café con bótox o en justicia?