Toda la vida esperando tener un espía enanito debajo de la mesa con el que matar el tiempo y van y se ponen micros los eunucos mentales de la gran paranoia conspiratoria, de así pasaron muchas, muchas horas, con la distrofia moral que no se cura.
Tener un micro es tener un eco. Cuando me dedicaba a las producciones discográficas, había quién daba su vida por un buen micro. En el estudio siempre vacilábamos, y con razón. Tenemos tal micro. ¿El de Madonna? El micro no era de Madonna pero se ve que uno como aquél sirvió para limpiar la voz de la virgen vegana que no canta pero transmite. A ver qué diría un espía roquero de que me guste Madonna, aunque los espías no deberían hablar a no ser que sea altamente necesario. Los espías se amarran fuerte el cinturón de la gabardina y corren por las calles, escondiéndose en las farolas y en esquinas mientras un músico callejero toca la banda sonora de la pantera rosa, con un palo contra el carenado de un cajero automático. Tenemos tantos mitos qué deconstruir que nos vamos a quedar sin ellos y eso si que no. La fantasía que no me la toque nadie. He matado por ello. Hasta me he quedado sin micro.
A Candela Peña le dieron uno el otro día en los Goya, y como en este país pasan pocas cosas de eco necesario y muchas de eco pestilente (¿o sería mejor hablar de lo que hay y de lo que construyen los de los micros con eco en los jarrones?), a la actriz la han tuiteado, para lo bueno, para lo malo y para lo indiferente del odio ancestral bolerístico dogma.
En el marasmo de información de la que se ocupan, a medias (con todos no haces uno) los periódicos, hoy he llegado a leer que el Hospital de Viladecans ha emitido un comunicado diciendo que el padre de Candela murió con mantas para taparse y que tenían agua más que suficiente que darle. Hablan de que se hizo “lo habitual”. No creo que el imbécil al que se le haya ocurrido dar a escribir el comunicado tenga lo habitual, y mucho menos un pariente o un amigo que haya fallecido en un hospital público en los últimos años, donde es frecuente tener que llevarse la manta de casa, porque a pesar de los granes stocks con los que cuentan (sigo citando el comunicado) sólo hallas finas mantas de echarse a morir del gran raspado y la muerte puesta. Nada que ver con aquella dulce manera que han de tener, no ya las mantas de morir, si no las mantas del reposo diario.
Mira que dijo bien poco la Candela. Dijo lo que hay y ya está. Y mira lo que tardan en responderla. Ahora tendría que salir un mecenas que se hiciera cargo de la educación de su hijo de por vida y remataríamos el mal sueño de la purria gobernante añadiendo el absurdo eco de Evita Perón, para que los pobres desesperados y serviles se pelearan por ser enanitos bajo sus faldas.
A Evita Perón la interpretó de mala manera Madonna. Los argentinos la tomaron contra ella cuando debían haberla tomado antes con Evita, pero la historia también es así, se nos cae la ficha tarde y hay quien se pone a dar cacerolazos cuando todo es silencio.
¿Así que las palabras no eran importantes? Mira, de nuevo, lo que han tardado en responder desde un micrófono escacharrado de herrumbre y falacias, lo que se escampó por un micrófono ciudadano durante un premio de cine. Y encima, como no tienen más arma que la agresión, en lugar de callarse, —y ni así están guapos—, quieren resolver un grito con datos. Ya pueden decir cuanto quieran. En el hospital donde falleció el padre de la actriz no había mantas.
Eso no me lo discute nadie, lo sé por frío propio.
O tal vez había sobredosis de lana zurcida, pero nadie que pudiera dejar su puesto de trabajo e ir a por ella. No nos vengan con triquiñuelas, copias de informes, de stocks y leyes del talión. Su literatura es una mierda. Tratar de ofender al ofendido que se desquita públicamente de una ofensa muy extendida es la primera lección del gran fascio. La desesperación no se examina, se examinan los jarrones.
Si no han querido, tiempo han tenido.
Hoy no escribiría en el Butano, hoy subiría todas las bombonas. Luego, con las moneditas que me dieran los vecinos, aunque cada vez menos, chaval, que la cosa está jodida, me iría al bar del barrio y pediría una birra esperando a la peña. Una vez todos juntos, haríamos trapicheos de micros para el local de ensayo, y hablaríamos de los besos lascivos que se da Madonna en el escenario, pero nunca mentaríamos el sentido exacto de los gritos. Eso ya lo conocemos demasiado.