Con este sol entrando por la ventana desde primera hora de la mañana, cualquiera se va con Chipre a poner sus barbas a macerar entre Algeciras y Estambul, más bien te dan ganas de estirar las piernas para saber, mamá, qué es lo que tiene el negro.
El efecto del sol sobre la indignación y el bloqueo cobarde en general es un tema que va a dar qué hablar cuando seamos fósiles astillados por los deshechos de un teléfono móvil que nos atravesará la piedra, cuando seamos materiales que patear esperando la última llamada.
Ante las perspectivas generales de silencio o el aleteo irritante de a otra cosa mariposa, sostenernos en pie dando la mayor caña posible. Y poco más.
Entre lo circunstancial, que es aplastante y es demoníaco, y el sol del pan para hoy y el hambre para mañana, el negro mariposeando.
Tengo un retazo de canción que se ajusta —o así lo siento yo— al momento presente, como un guante de seda a tus manazas de albañil en paro.
El tema es de los Módulos y lo conocí en las fiestas mayores de los pueblos o en un disco de Mirinda del Tragadiscos, que era una máquina tan demente como ingenua que llegó a los comercios de cuando yo niña, como una profecía de lo que está ocurriendo hoy, o si no dime si entonces te preocupaba mucho a dónde iban a parar las fichas que metías en los autos de choque.
Ponías un disco chico, un single, en la ranura de un aparato redondo como un sol de bolsillo y empezaba a sonar. O la canción del bailar o la canción del sufrir o los discos de mi hermano.
Para el sufrir, siempre tuve a mano Todo tiene su fin, una canción de los Módulos que luego versionó Medina Azahara, y sonaba como a Triana.
El título ya era de por sí imponente, pero luego te fijabas bien en lo que decía la letra de la canción e ibas metiendo el disco en el traga vinilos hasta que se rayaba y se te devolvía como una tarjeta de crédito remordida por un avieso cajero automático.
Hace unos días me vino la canción a la cabeza y busqué la letra por la red. Efectivamente, la sensación de desaguisado que me ha acompañado desde entonces, y a lo largo de toda mi vida, tiene su qué. Hay un momento en que la letra propone algo turbador. Dice: “Juro quererte y no comprendo por qué no ha sido así”.
Las siguientes líneas del texto no desvelan ni aportan ninguna información al asunto, el autor vuelve a sus espinas después de haber dejado claro que te quería mucho pero no acaba de entender cómo no ha sido así, por qué no lo ha logrado, como si el amar no dependiera solo de él y Ada Colau se lo hubiera echado todo a perder.
No añoro aquella literalidad firme de la infancia por donde intentaba justificar mis torpezas niñas y celebrar la coherencia que les suponía a los adultos con el consiguiente disgusto cada vez que veía que la coherencia había llegado a su fin.
No añoro la piedra angular de mi vida, aquella a la que le vas tomando cariño a fuerza de romperte los dientes contra sus salientes, aunque hoy puedo sentir que es desde aquella carencia donde comprendo las carencias mundiales todas.
Toma megalomanía y sigue leyendo.
En los orígenes y en la fosilización está todo escrito. El tránsito es la repetición histérica por donde uno sufre, ríe y distrae a los antropólogos sin ambición.
Cuando llegue el día en que juremos haber amado y no entendamos por qué no ha sido así, entre Algeciras y Estambul se habrá formado una estúpida y desdichada cola de pateras cual operación retorno hacia el nunca es jamás.
Y bajo un sol abrasador descubriremos, por fin, que no era para flipar lo que tiene el negro y que los balones fuera tienen efecto bumerán.