Empiezo el día in media res, que es levantarse tarde de un latinajo porque no has escuchado el despertador, y exploro mi existencia burguesa con la cucharilla en el café. Hostia, nadie calla. Cuando Tom Cruise se descolgaba en la cámara acorazada de la CIA en la película aquella, Brian de Palma, director tan barroco, utilizó setenta y ocho pistas de sonido para que pudiéramos oír el silencio. El silencio de Tom Cruise mordiéndose la lengua, matando cualquier idea que pudiera venirle a la cabeza suya de Tom Cruise.
Antes de que se inventase internet todos teníamos algo en la punta de la lengua y ahí nos permanecía un rato, porque para disipar el sabor a titubeo había que ir a la estantería y chasquear los dedos y darle muchas vueltas mientras se hacían otras cosas sin pensar que se estaban haciendo. Ahora, con la lengua inmaculada, las interrogaciones se nos deslizan sin abrir, con el signo al final como el gancho del matarife tirando del toro muerto. Qué más dará, si hemos olvidado hace mucho para qué habíamos levantado la mano.
Sigo perdiendo el tiempo en ganarme la vida y se me va la vida en ello, algo no cuadra, pero peor sería empezar la mañana pidiendo perdón para salir del vagón, un poco por seguir caminando. No, esa no es una buena manera de empezar el día, pero calmarse, mantengamos el ánimo que ya viene el buen tiempo y podremos ir con la moto pequeña supermirafiori. Yo me quedaré en casa. A mí entonces me gusta abrir el grifo y meter unos cubitos a congelar porque hacer hielo suena a tarea de semidiós y trae la idea del trabajo, que no tiene nada que ver con esto por mucho que digan los hombres correctos. Me quedaré en casa haciendo lo que hago aquí, que no es narración sino flujo de conciencia, un género de escritura que a lo que más se parece es a un crío de cuatro años intentando mearse la boca.
Y oye, que ya está, que hay que portarse bien aunque tú también lo sabes: el día en que nos dejó de hacer gracia el chiste del perro Mistetas perdimos la mitad de nuestro equipaje cósmico.