Hoy pasearía el litoral como un ridículo para que el mar me fuera lamiendo el rastro, pero no lo hago porque he tenido que bajar a por unas informaciones y de paso mirar el culo a las chicas estudiantiles, y un día más comprobar que en un culo de mujer es donde mejor evoluciona el ojo humano de la persona sencilla.
En la biblioteca reina un bullicio sordo y para no escuchar la contención me he puesto unos auriculares donde tengo grabadas unas risas de lata que van bien con todo en la vida, y así muy seriamente consulto la sección de poesía en busca de alimentación. Toni me explica que el otro día abrió al azar cinco libros de poesía y en todos estaba la palabra “silencio”, y que los tiró a tomar por el culo que es donde tenían que estar. Hoy casi nadie sabe qué es la poesía, y como es una materia que no se puede explicar más que por sí misma, conviene dejar claro, al menos, que ningún individuo que se diga poeta es tal cosa. La poesía es la cuenca de las cosas y… ¡Yo qué sé qué es poesía! ¿Tú sabes qué es poesía? ¡Pues tú mismo! La poesía ni siquiera es consecuencia del poeta, como las mareas no son consecuencia del mar sino devenir de los astros, porque el mar no rebosa, no puede hacerlo porque la sobreabundancia somos nosotros. La poesía es influjo, como la manzanilla, las olas o el moco vaginal, que está muy mal llamado así de forma tan despiadada, pero que al fin y al cabo es como lo llamaría un niño porque los niños son crueles, aunque los disculpamos porque entendemos que si estás muy centrado en la circunstancia es imposible observar las consecuencias, verlas venir, y un niño no tiene nunca un plan hasta que un día tal vez empiece a mutar en gilipollas y de mayor quiera ser algo, algo más que un niño, ¡vamos, hombre!, y entonces ya le crecerá el pusilánime y aprenderá a llamarlo sensatez y por ahí marcha en su velerito.
Las consecuencias, si vinieran de una en una, podrían pasar por novela de Kundera o de Moravia (cuentos morales de una erótica un poco estática, muy buenos), pero nunca vienen solas sino en precipitación plural. Son las hijas del cordero que acuden a balarte las noches. Vienen de ayer para darte hoy el día, cuando podrías tú estar caminando el contorno del mapa, mojándote los pies con la tranquilidad del que en un futuro no habrá roto nunca un plato, porque el mar habrá ido extinguiendo tus huellas, enmendando el mundo de ti.