Escribo esto muy deprisa y me voy, casi no molesto, es por acompañar a Magda. ¡Cómo empiezo si son las tantas!
Ah, el articulismo debería hacerse por las mañanas, sin ducharse, vestido de células muertas, con el estómago vacío, el cuerpo famélico de nicotina, que es sustancia que se le debe negar a la sangre hasta el café de la sobremesa, que también se le habrá negado al cuerpo por la mañana porque el artículo hay que escribirlo con las únicas toxinas dentro del amor propio; y motorizada así la escritura, las válvulas desperezándose en la dulzura desvaída del ayuno, el articulista tal vez se verá sorprendido por una elevación del lenguaje a mitad del recorrido, quizás por una intuición atravesando una prosa opípara, un mareo, aunque el hallazgo nunca tendrá que ver con el talento de uno sino con el día que haga, porque al fin y al cabo somos todos hombres del tiempo, personitas meteorológicas.
Es tirando a jueves y hasta el momento todo ha ido fenomenal. En verano hay que subir al norte y en invierno hay que bajar al sur, no hay más secreto.
Supongo que en el futuro hay que creer antes de tiempo, por ello he pasado la mañana limpiando a conciencia el teclado como otros lavan el coche, para hacer hambre (para hacer hombre) y ordenar los pensamientos. Me gusta observar la diferente erosión de las teclas, la acción de mi pulgar en la barra espaciadora. Y evocar todas las palabras de auxilio, de agradecimiento y de perdón que ha emitido.
Necesito perspectiva para darme todo yo pero no puedo permitirme ser nunca un escritor deliberado, así que escúchame una cosa, me digo, porque aquí lo que os digo me lo estoy diciendo a mí, que hay que decíroslo todo: si sabes lo que vas a escribir antes de escribirlo es que estás difunto.
Y sí, desde el futuro, masticando carbono catorce, saltaré sobre todo esto como un tigre de bengala.