Me gustaría mucho tener algún contemporáneo, dice un poema en un libro.
Cuarenta y cuatro. Maldita hora atómica. Quiero sacudirme este lugar pero no tengo tiempo de pensar otro, así que sigo escribiéndome aquí para escribiros a vosotros, teniendo en cuenta que no puede escribirse el mundo sin reseguirse uno mismo y que incurriría en falta de humildad —otra— si pretendiera dar el retrato de vuestra puta madre sin decirle a la mía que la quiero, que qué hay para cenar hoy.
El clítoris del ratón me lleva arriba y abajo pero no encuentro dónde posarme para que la escritura se mantenga siempre en contacto con mi habla, porque se puede ser escritor hasta siendo analfabeto, aunque esto no es algo que estén dispuestos a compartir muchos escritores porque tienen tantos estudios que no pueden entenderlo. ¡Malditos modernos!
Los que hoy se llaman modernos son en realidad masa de conformidad, rendición previa y más o menos humorada, herbaje pocho que se lleva el cauce y cree estar navegándolo. Son modernos etimológicos, estos modernos, que no saben que moderno de verdad es acaso el que contesta, el contestatario, nunca el que responde saltando al reclamo del cazador. No interesáis a los viejos, jóvenes modernos, y estáis confundidos adquiriendo estos accesorios, acatando estos cambios, bailando estas aguas benditas y consintiendo unas herramientas sin aplicación pero llenas de aplicaciones y que es que son nuevas, atendiendo esa cultura que nace obligatoriamente vencida en mercadeo, esta literatura efímera como una bellísima pompa de jabón, novísima todo el rato como la nieve huérfana por pisar.
No es lo mismo ser nuevo que estar nuevo y vosotros sois unos antiguos, modernos de bote, creyendo comprender el mundo sólo porque entendéis el sistema, cuando un moderno de verdad jamás abdicaría de sus cultivos en servidumbre al progreso, a la palabra progreso. Moderno puede ser un anacronista —que es otra palabra que me hacéis acuñar ahora— pero nunca vosotros, que se os ve el anciano en la cara aunque tengáis veinte años, a los modernos de hoy jueves, y estáis bien en esos modos si así sois felices, no hace falta que os desplacéis, cabemos todos y hasta parecéis útiles porque os miro y me dais la medida de mi propia miseria.
Sois los agujeros del gruyere que es esta ciudad obstinada en una belleza ocultadora. Sois, llegados a este punto, inmorales. Y no tenéis némesis pero escuchadme, jóvenes modernos, sois la antítesis de la modernidad y ahí os dejo, ¡ahí os quedáis!
Ah, la brisa yodada, tío, el mar que no habla ni dice nada, que no comunica. Cerca del mar siempre estoy bien.
Se escribe lo que no se puede decir con palabras, eso digo yo.