Debajo de la cama tengo un Scalextric, encima un cartel de Eyes Wide Shut. Cualquier cosa que me ocurra me estará bien empleada.
Vengo a quemar el rastrojo escribiendo fast and furious porque tengo la vida al fuego, y en la espera de los hornillos leo que ha cerrado una televisión. Qué alegría tan grande, ¡ojalá cierren todas!
Vuelvo a sentarme a escribir pensando en qué podría escribirse, pero son muchos los sentimientos indefinibles. Ahí está la gracia, por ejemplo. Ahí está la elegancia. Ahí está una mirada furtiva y ahí están las chicas con superpoderes, que son las que tienen la capacidad de reírse durante el sexo. Ahí están las mujeres que en cuanto sean madres nos dejarán huérfanos, ahí estamos nosotros, hombres de gran virtud, perseverando en ir escribiendo aquí nuestras cosas, cumpliendo con los amigos.
Esta tarde he vuelto a leer a Pierre Louÿs, he intentado, una vez más, desentrañarle la lengua, su alegría tan grande, tan desarrapado en apariencia pero tan preciso, tan insuficiente para muchos de sus contemporáneos, tan franceses de los cojones, mientras él se lo pasa bien con un palo y es tan feliz siempre en la blasfemia, a la que logra despojar de cualquier matiz contrario. ¿Cómo hizo eso? Ni siquiera se conoce toda su obra y su tumba está abandonada. Tan amigo mío que lo siento y tan extraño en su metodismo.
No sé de qué manera, porque su tema es otro, Louÿs me lleva siempre a celebrar lo guapas que pueden llegar a ser las mujeres feas. E incluso las carentes de todo. Manosearlas un rato, explorarlas un poco, darnos a ese embrujo que experimentamos los hombres cuando nos parece entender con mucha claridad que un deje mongólico, una estupidez indeterminada, un timbre de voz extraviado en las narices, un hocico bobo o un rostro mal dado está llevando en sí la promesa de reordenarse y de ir a mostrarse en su verdadera entidad sólo y de manera absoluta en el abandono erótico. Con las guapas ya se sabe, esto es otra cosa. Artimañas de la naturaleza, promesas de fecundidad. Menudas trampas, la carne.
Me sigue asombrando nuestra condición animal, sobre todo cuando pretende no serlo, cuando se niega. Me abate esta generación mía que por no haber tenido nunca valor desestima esa cualidad y se esfuerza en denostarla como propia de otro tiempo, uno primitivo y reprobable. Habiendo modificado el mundo para que pareciera que no es requerido el valor hemos logrado un mundo definitivamente hostil, donde lo que nos protege es la jaula que cada uno habitamos. Nos protege nuestra prisión. Yo mismo he acabado creyéndome hasta mis propios gustos. No me definen pero pretendo entenderme en ellos.
Descorro las cortinas con la mano diestra que en este caso es la zurda para que a las plantas de interior las bañe la luna y su influencia herciana, aunque no sé si ellas pueden tener el más mínimo interés en el espectáculo de la gran ciudad.
Hoy tampoco hay nada.
Supongo que la mayor arma dialéctica de un cómico es el ponerse serio (escribe en voz alta). Tened un buen día. Que os mejoréis todos de salud.