La semana pasada salí de casa de Nazario con un libro de Azorín y dos serigrafías, feliz como una niña regalada por Papá Noel, por los Reyes Magos. También me acompañaba una extraña sensación, el artista me había mostrado una foto de color rojizo. ¿Sabes qué es? No lo sabía. Podía ponerme a pensarlo, pero de entrada ni jota, oye. Es la punta de un prepucio. La foto se llama Volcán de Amor. Era la punta de la punta de la punta. No sé de dónde saca el tipo de lente tan precisa. Parece una media sonrisa. El agujero de una hucha de carne. El culo de un bebé. Nada de eso, era un dispensador de lava.
Al día siguiente la publicó en el facebook. Foto con título y nada más. Y al tercer día, la anunciación, el veredicto en su cuenta de correo. Que no nos gusta esto y si lo vuelve a hacer le cancelamos la cuenta. Firmaba un censor que exige pudor, uno de los miles de tristes villanos envilecidos que cuidan de la red social como cuidaban los profesores del tardofranquismo de sus alumnos, defraudando a la tarde con aquellas poses de eternos resentidos, serviles resignados por donde bullía una rabia agazapada que limaba ingenuidades a golpe de frases del gran recoveco. Ferocidades a media voz.
La censura de prepucios en estos tiempos es tan aberrante como larguísimo es el chicle de siempre, el de las hipocresías que no cambian y no cambian y no quieren que cambie nada.
Entre tanto asesinato mortal y tanto ladrón, ¿qué más da que a Nazario le quieran pimplar una cuenta de facebook por seguir siendo él mismo? Así van haciendo su trabajo los chivatos, en la selva del todo está visto para sentencia y lo que no lo está, también. Quien fuera que viera aquella foto y adivinara en ella la punta de un pito invitando a la fiesta, no era tan incapaz como yo, criada más en las pollas de Nazario que en los copos de caspa de los profesores resignados, vocacionalmente ineptos para enseñar, que no para tratar de educar.
Pero alguien lo vio. No hay que ser muy sagaz. Todo lo que veas en una foto, en un cuadro de Nazario que no seas capaz de interpretar, será una polla o no será.
Hay pollas para el pecado y pollas para el pipí. No entiendo cómo no se ha compuesto todavía esta canción. Marc Almond le cantó a Anarcoma, que sigue teniendo pito, donde sea que esté, y ya muy mayor pero no tanto como los censores del mundo. La vejez paso del tiempo está imponiéndose sobre la vejez experiencia y sabiduría de una forma alarmante. Esto no lo esperaba Azorín ni Nazario ni yo misma y menos a estas alturas del tinglado, con el cangrejo puesto en marcha todo el rato, abocándonos al vértigo de una velocidad insidiosa.
Ningún cangrejo tan alto como la luna, ningún cangrejo tan alto como un pito excitado mirando al cielo desde su ranura. La misma ranura que tenía el negro del Domund en su cabeza. La misma que tienen ellos en el cerebro. Y el profesor gritando, a ver esas manos, ¿usted cree que están limpias? Relucientes, solo queda un topito negro de rotulador. Pues a rascarse más. Fuera de clase y no trate de responderme. Qué forma de defraudar tardes y días.