El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Veintiocho

Rubén Lardín La hora atómica— 06-12-2012

Os corresponde leerme como a mí me corresponde escribirme, así que allá voy conmigo, aplicado en mi regazo en este tren antiguo, de tapizados viejos y luz queda y crema un poco menesterosa, que ahora se ha detenido entre dos estaciones (o tres, quién sabe, tal vez me hallo en el nucleus geometricus o soy un hombre radial en diciembre), el tren como un gusano dudoso de su embocadura porque puede ir o estar viniendo pero como sea lo hace regulado, bisiesto y laxo de urbe, libre de audacias, arrebatos, hostilidades y maledicencias, porque además en este coche voy solo.

Hace un rato me he dormido en mi alquimia (en el traqueteo del papel éste) y he estado desarmando el tren como un gigante, quitándole las tulipas verde botella a las lamparitas de bronce sumerio del vagón británico para arrancarles el cable de cobre, y con un imán que llevaba encima he descalificado platillos, bandejas y recipientes que pudieran ser de aluminio en busca del silencio mestizo de las aleaciones, mudas porque no imantan, pero que son las que valen su peso en oro según tengo entendido en el dormir. Me traigo estas cosas de los sueños porque las creo valiosas en los tiempos del plástico, que son los que son ahora cuando me despierto, con el tren detenido o tal vez, cuidado, quizá, cabalgando el Maelström. Avistando el abismo muy tranquilamente.

Se está bien anoche, aquí ahora conciliado. El viento enajena todo afuera pero llega deshilado, se recuela por las juntas (es un ferrocarril antiguo y continuado, un tren de la carne y de la medianoche, de metal pesado y hay juntas) y me conforta —el viento, digo— esto que escribí en este momento para ser leído unas horas después en este otro instante vuestro del mundo digital y sincrónico. En cierto modo me escribo, por tanto, ya en destino, como si me estuviera vistiendo para todas las fiestas del mañana, así que aprovecho para saludarme desde el futuro simultáneo, cuando me levanto por la mañana, aunque a mí no me corresponda leerme. ¡Buenas noches, Barcelona!

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