La Delegada de Gobernación, Cristina Cifuentes, es una persona muy preparada, hay que reconocerlo. Tras leer su impresionante lista de títulos (todo el espectro del poder y el saber, la sangre y la arena: ha detentado cargos desde la universidad a Caja Madrid, los toros, la televisión y la Comunidad), una piensa que es muy lógico que de aquí a nada la veamos en un puesto todavía más importante que el que la ha convertido en una estrella mediática, haciéndole incluso un poquito de sombra a ese gigante de la comunicación y el star system extremo que es La Lideresa.
Pero eso son palabras mayores. Para satisfacción de los madrileños, no existe una personalidad como la de la Presidenta en el mundo de la política, al menos a varios miles de kilómetros a la redonda. Para encontrar alguien lejanamente parecido, ya habría que cruzar el Atlántico y recalar en un pueblo donde personas con poderes practicaran la manipulación de animales venenosos, o se celebrasen elecciones con candidatos que acostumbran a bailar, disfrazarse y lanzar cortinas de humo en el momento que así lo exige la coyuntura. Su página web y sobre todo, su twitter, pero el de verdad, el validado por los controles de calidad de Internet, es sencillamente asombroso. Muchos dicen que hay detrás un grupo de becarios muy preparados escribiendo las 24 horas del día, incluso que se trata del resultado de las complejas operaciones de un ordenador manejado por satélite; hasta, cómo no, la teoría del escriba súper simio-súper liberal, pero yo estoy segura de que es ella misma quien escribe sus tuits. Nadie, repito, nadie excepto ella puede poner las cosas que se leen ahí. Bueno, quizá un don José Solís o López Rodó a finales de los cincuenta, en aquellas sus circunstancias.
Pero volvamos a la Delegada. Doña Cristina es mujer de temperamento, no tiene reparo en hablar y dar explicaciones de las cosas que hace. Tenemos infinidad de entrevistas, apariciones públicas y mucha actividad en las redes sociales, con ella hablando de sí misma y de sus cosas en Gobernación. Su twitter está de lo más salado, una muchedumbre de seguidores con avatares de muñecos y sugerentes torsos desnudos arropan sus declaraciones. Ella habla y escribe mucho, además de mostrar en un flickr un desfile de modelos de entretiempo juvenil que le favorecen sin duda, con su moreno de piel artificial y su tinte rubio democrático. La dinámica Delegada se enfrentó personalmente al aluvión de críticas que le colapsaron su red social, al enterarse la gente de que el mismo día de la Copa del Generalísimo, entre equipos de aficiones presuntamente separatistas, se iba a celebrar una manifestación de ultraderecha vintage. La Delegada se enfadaba con sus interlocutores, asegurando que ella estaba en contra de organizar ambas demostraciones —el júrgol y la mani— el mismo día, pero que las reclamaciones habrían de dirigirse al Tribunal de Justicia de la ciudad, que era quien había dado el permiso pertinente. Correcto, doña Cristina. Lo que nos extrañó a muchas fueron dos cosas a posteriori:
1: Ver escrito ese mensaje que ya se ha convertido en un clásico de la propaganda: aquello de que la movida del partido transcurrió con normalidad gracias a la acción de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado (es decir, que la gente que acudió a ver el júrgol no tuvo nada que ver en el desarrollo normal de los acontecimientos, sino la policía).
Y 2: No ver escrito por ninguna parte el menor asomo de condena, ya no porque los integrantes de la manifestación luciesen banderas españolas antiguas, que eso ha pasado a los anales de las demostraciones públicas como un ejercicio de humorismo que maldita la gracia, sino porque con ellas iban banderas de las SS y camisetas con efigies de Hitler y símbolos que todos creíamos tipificados como que incitan a la violencia. Pero debe ser que ya no, y ahora solo son homenajes a carismáticos líderes europeos, incluso a reivindicar en un momento dado.
La que no tiene twitter ni hace mucho por la comunicación con el ciudadano es la alcaldesa. Ella es más bien de personalidad espiritual, pero no wi-fi ni nada de compadreo con los madrileños. Para qué, se preguntará ella en su mismidad, toda vez que hemos leído que con el Papa se comunicaba con los ojos, a tal nivel funciona su psiquis. Ni web ni presencia digital alguna tiene doña Ana, lo que sus numerosísimos fans han suplido con varios perfiles falsos y toda clase de declaraciones no originales. Podrían, pero no. Es sin duda una pena perderse el día a día de la Regidora de la capital, porque nos íbamos a enganchar con sus opiniones, sus inspiraciones divinas y, sobre todo, con sus decisiones, como esta última de celebrar las fiestas de los barrios por distrito. Es decir, que a partir de ahora las fiestas del barrio ya no serán, sino que cada año tocará solo una de las que antes se celebraban en los límites de un distrito. Para ahorrar.
Estas tres gobernantas son el símbolo de la Nueva España. Cada una representa lo mejor de la clase que lleva dirigiendo los destinos de nuestro país desde los tiempos de Don Favila, pero con el plus de que ahora han salido del ámbito de sus gabinetes privados y ahora van decididas a gestionar equipos de asalto, presupuestos sin fondo e inauguraciones de supermercados y consejos de ministros. En un periodo de treinta y pico de años, un pelotón de desclasadas, pelomocho y arribistas se lo intentó llevar muerto también, pero carecía del número apropiado de tinte, la educación conyugal adecuada y, por encima de todo, los contactos necesarios. Para ser así, como estas señoras, hay que venir de buena familia o al menos estar muy bien emparentada con una, ser muy fina y no decir más gilipolleces que las que te inculcan en misa o en la numerosísima mesa familiar. Ahora, de nuevo, todo vuelve a su ser.