Primero lo leí en el Tuíter. Lo estaba celebrando la gente como una de estas noticias de palo que lanza El Mundo Today. Los tuiteros, sección #ingeniososdeguardia24h y #Chuscadas_a_140, afilaban teclados por ver quién escribía la frase más graciosa sobre el asunto. Como tengo la sensación de que esta red social es como un chiste en sí misma, no hice mucho caso. No me tomen por frívola, es que entre las ocurrencias de unos y otros (yo misma me he descubierto escribiendo gansadas non stop), y como poco después llegó el reportaje ese de El Mundo de los “tuitstars de referencia en la contracultura digital“, pues he llegado a la conclusión de que Tuíter es el Festival del Humor Ibérico… Lo mismo en otros idiomas escriben en serio, no sé.
Volvamos al tema. Metro de Madrid había bautizado a una de sus estaciones con el nombre de una marca comercial: la céntrica Sol pasaba a llamarse durante unas semanas Sol Galaxy Note!, a cambio de una sustanciosa cantidad esponsorizada por Samsung y su smartphone estrella. Los madrileños por Internet, lejos de sentir que sus espacios públicos estaban siendo una vez más intervenidos, corrieron en esa competición del absurdo, tan cara a nuestra mentalidad, a buscar posibles patrocinios para diferentes estaciones: Príncipe Pío sería Príncipe de Beukelaer, Canal sería Plus, Valdecarros podría patrocinar a BMW, Ventura Rodríguez sería Portaventura…
Luego vino la confirmación en Telemadrid. Y allí, amigos, no hay ensoñación o intangibilidad. Y mucho menos bromas. Allí han creado una realidad paralela pero bien contundente. O sea, que si sale Ana Samboal con su melena de hierro diciendo que Europa se hunde económicamente, pero que el gobierno lo está haciendo de puta madre, mientras Herman Terstch nos echa la bronca de todas las noches y el señor rijoso comenta La Gaceta con sus manitas rollizas, es que tiene que ser verdad. Y además una verdad muy positiva, la de que el Metro haya alquilado el nombre de una estación a una empresa privada. Que eso es tan bueno como la privatización del Canal de Isabel II.
El naming right, que es la definición científica de esta acción que se lleva a cabo desde hace años en la capital, es una cosa de los americanos, cuando los benefactores comenzaron a donar dinero para crear un algo para la comunidad, y luego en gratitud le ponían su nombre al algo. Hay una lista de edificios en el centro, de cines, teatros, auditorios y polideportivos que han cambiado su antiguo nombre por el de la empresa o persona que, a cambio de una cantidad importante de dinero, se anuncia en su lugar. Las marcas comerciales son los nuevos mecenas, y se han adueñado del espacio privado y del público, y así la gente acude al Teatro Haagen Dazs, la Sala Heineken, la Marco Aldany, el Teatro Arango, etc., etc. Sin reírse ni nada.
Luego las personas se escandalizan mucho cuando ven en alarmatelevisión lo de las prostitutas con código de barras. Y lo tuitean corriendo y muy indignados en sus Galaxy Note! Pero ni se inmutan cuando escuchan al Vicepresidente de la Comunidad decir que por qué no dejar que la Línea 1 del Metro, que es de color rojo, la patrocine el Banco Santander, como la Fórmula 1. Yo sugeriría que, ya que pretenden convertir el metro en un zoco de mercaderes, pues dejaran allí anunciarse a todo el mundo; es decir, desde los bancos y grandes corporaciones, a pequeñas y medianas empresas: aprovechando las teles de los andenes y la megafonía. Anuncios de negocios de la zona, bares y gimnasios, entrega de propaganda, comerciales con sus puestos captando posibles clientes, reparto de muestras gratuitas, etc., etc. Lo del gag de Aterriza como puedas con los Hare Krishna iba a ser una cosa de nada.
No me malinterpreten, que yo esto lo veo muy bien. Igual que el tuitero, combativo y consumista, siempre a su smartphone conectado; es mejor que la Comunidad permita que el metro parezca una risión de anuncios en el nombre de las estaciones, a que suban los precios de los billetes. Incluso que llamen “Esperanza” al Canal de Isabel II, y embotellen el agua con una foto de la Lideresa, antes de que empiecen a clavarnos otro impuesto. Incluso, fíjense, estoy por apoyar la medida de Berlusconi en los colegios de poner publicidad en los pupitres, antes de que se queden ya sin ningún dinero y tengan los críos que estudiar la tabla periódica, como en el episodio de Los Simpsons, con un cartel de publicidad de Oscar Mayer. Y sólo sepan el peso atómico del salchichonio.