El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

Estación de penitencia

Grace Morales Creaciones Madrid— 13-04-2012

Afrontémoslo con gallardía. Se acabaron los tiempos del escándalo juvenil. De quemar discos porque los cargaba el diablo. De organizarse un lío gubernamental por la cancioncilla de un grupo de rock o la acción de unos artistas epatantes. Se terminó la época de rodar cabezas por sacar en la tele a unos melenudos o de suprimir un programa de televisión por orden del ministerio. Incluso de aplicar la ley de vagos y maleantes por un comportamiento estético un tanto confuso. Como mucho, ahora se insultan cuatro mataos en un blog o, ya en el escalafón más alto, se provoca un pequeño malentendido que te pone de TT unas horas, a costa de unos merluzos que concursan en un reality. Si no hay un importante interés político de por medio, el resto deriva entre el conformismo y las ganas locas de ganar su pesebre mediático.

Para todo lo demás, los padres de la Iglesia. No hay celebridad que los gane en causar polémicas y en provocar. No existen lenguas más mordaces que las de sus altos dignatarios. Ni la mayor estrella de rock, ni el artista más decadente les llega a la suela de sus augustos zapatos. Y de todos ellos, los que ejercen el mandato en la Archidiócesis de Madrid son the best de lo last. Parece ser que algunas autonomías tienen autoridades que predican un discurso moderado, incluso postconciliar de ése blandengue, pero ya sabemos que eso es producto del separatismo. Incluso un poquito de la masonería.

Sin embargo, nuestros obispos de la comunidad han caminado por el lado salvaje todo el tiempo. De dejar Madrid como una ciudad fantasma durante unos siglos, pero fantasma de sepulcro y niebla, tan cara a su estética doliente y desabrida, la cosa fue cambiando poquito a poco en los años setenta. Sus nichos comenzaron a cerrarse, cambiando, eso sí, la prohibición de escuchar música que no fuese sacra por un carrusel de películas de romanos que duró hasta bien entrada la Transición.

Bueno, pues ni así se consiguió cuajar un espíritu de semanasanta en la capital. No se sabe si porque aquí ya vivíamos permanentemente en penitencia, por aquello del gobierno central o por este carácter nuestro. La cosa llegó a tal punto, que en los ochenta, ya con todo abierto y sin cortapisas, vivimos una serie inconcebible de Semanas Santas. Procesiones que eran seguidas por un número de personas entre cincuenta y cien, calculando por lo alto. Además, no se crean que el método de los pasos era como ahora. No, señor. El traslado de la imagen se realizaba a bordo de un tractor o de otro vehículo motorizado, cubierto con un paño, y detrás iban l@s beat@s, provocando el regocijo de pequeños y grandes. Aquí siempre hemos sido muy austeros, pero reírnos del prójimo, los que más.

Este triste desencuentro de la fe de los madrileños, que salían escopeteados a su apartamento en Gandía en lugar de recogerse con su iglesia en fechas tan delicadas, fue observado por nuestras autoridades, y decidieron tomar medidas para que nunca se volviese a repetir. En los noventa decidieron hacer uso de la televisión para su labor evangélica. Telemadrid comenzó a retransmitir todas y cada una de las procesiones que se habían de celebrar. Cuando digo las que había, digo prácticamente la del Silencio y la del Cristo del Gran Poder. Pero se fueron uniendo una larga serie de tallas, algunas creadas expresamente para la ocasión. Quizá no con tanta fidelidad como el Cristo CSI de don Vicente Modesto, médico forense, o los extravíos barrocos de las imágenes de los Cristos del sur. Esto, qué duda cabe, propició un resurgimiento de la popularidad y de los fieles como no se había visto en nuestra historia. De hecho, me consta que algunos familiares, de edad avanzada, no reconocen muchos de los pasos que se organizan, pero que nos venden como una tradición de siglos…

Mientras tanto, con mis paisanos volcados en el fervor popular, las cadenas, las antorchas y las carracas, nuestros dirigentes en lo espiritual se dirigen a la nación con esos mensajes que dejan boquiabiertos a todos, incluso sonrojan a los menos preparados. El obispo de Alcalá, especialmente dotado para el escándalo mediático, la ha vuelto a liar en su última aparición pública, lanzando admoniciones de infierno para aquellas que se atrevan a abortar o aquellos que frecuenten “Clubes de hombres nocturnos”. Es una actitud verdaderamente arriesgada, un ejercicio de vanguardia y de contestación esta iglesia madrileña vintage à la preconciliar, casi en la onda de Monseñor Lefebvre.

“¡Clubes de hombres nocturnos!”

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