La gestión cultural. La puta gestión cultural. La amas, la odias, te golpea y ahí sigue, esperando a que le hagas caso, a pesar del maltrato, porque si no la mimas tú no lo hace ningún otro incauto. O eso parece. Da igual si lo haces bien o mejor, incluso ni fu ni fa, porque nadie te lo va a decir y mucho menos a recompensar. Eso de dar y recibir pasó de moda. Bueno, nunca lo ha estado. Es mejor no pasarse de listo, hacerlo medio chachi, cumplir con lo pactado y quedarse mínimamente satisfecho. Nada de dejar con el culo al aire al personal con el que toca bregar, que lo hace bastante peor o simplemente no lo hace, por dejadez, funcionariado o falta de interés. El mismo que pregona, con una alegría sospechosa, sentado en la poltrona, lo que mola estar a favor de obra, el codo con codo y el vamos a darlo todo porque sí, lo que se traduce en hoy por mí y mañana ya se verá. Antes que abrazos dan patadas en el culo. Queda hecha la advertencia. Se lleva la cuchillada por la espalda, la sonrisa (re)torcida y el oído al parche que es de goma. Siempre hay que guardarse ases en la manga. Ojo con superarse. Mano izquierda y, ante todo, política. La cultura viene después, y si no llega, peor para ella. Para todos.
Nunca olvidaré un momento que lo resume todo, que no me harto de contar. Esa escena abracadabrante en la cual un pez gordo con carnet institucional soltó en una reunión de trabajo en una mazmorra del ayuntamiento, tan campante, orgulloso de sí mismo, una pregunta impagable: ¿por qué razón no invitábamos a un gran nombre como Tolkien al evento festivalero cuya programación repasábamos? Estaba de moda con eso de la peli de El Señor de los Anillos e iba a atraer a un montón de gente, ¡fíjate tú! Mordí mi lengua, tragué saliva e imaginé una mesa redonda presidida por un ataúd, un esqueleto o una vasija con cenizas decorada con el gorro de Gandalf. Desde entonces esa imagen surrealista vuelve a mi cabeza en determinados pasajes de mi existencia. Sirve de hábil metáfora. Es la conclusión de toda discusión en torno al tema. Y me río, me meo bien a gusto, porque llorar en estos casos es de tontos.
Malos tiempos para la cultura. En época de crisis, cuando hay que recortar sin piedad, es lo primero que sufre las consecuencias. Quizás ha de ser así. Surge el problema cuando los libros no se cambian por artículos de primera necesidad (tampoco por piedras que lanzar en las calles). Esa es la impresión que están dando algunas medidas tomadas por la clase política, encantados de tener la bendita crisis como excusa para cargarse aquello que les provoca sarpullido en el día a día. La sensación es que, aceptando los recortes y el evidente estado de las cosas, no se respetan unos mínimos, no se reconoce el trabajo ejemplar, no se valoran los resultados artísticos y la apreciación del público. La cultura, esa meretriz mal pagada, mancillada y apaleada. La gestión cultural es bien puta. Puta gestión cultural. Prohibido pensar. Cansa.