Y digo yo que por qué no meten en la casa de Gran Hermano al shaolin farsante ese de los cojones, al psicópata con ínfulas, a ver si la lía parda y sube la audiencia como la espuma. Porque si en su día se la coló a tantos periodistas con carnet —o sin él— que presumen de buena profesión igualmente, no va a tener problemas a la hora de pasar el test psicológico para entrar por la puerta grande en el popular programa televisivo. Es más, es probable que consiga buena puntuación y encaje en el show como anillo al dedo y le insufle vidilla. No hay nada como echar gasolina al fuego para que la cosa arda. Más de un tarado presente en esa casa del demonio, y en la vida de muchos, demasiados, a través de la ventana electrónica, muestra signos de no tener la mollera amueblada. Vamos a por todas. El ranking manda. La maniobra responde a la coherencia de una parrilla en volandas, ¿no? A una realidad social tangible, reflejada en el espejo negro, proyectada en nosotros. Hay que cumplir con unos objetivos.
A nadie se le ocurrió en su día comprobar que el calvorota asesino, cobarde y fondón, fruto de nuestro tiempo, ese monstruo al que nuestra televisión ha alimentado —aprovechando hasta el hueso para el caldo, exprimiendo el morbo al máximo, una vez descubierto el verdadero rostro del gañán, antes celebrado—, era en verdad lo que decía ser antes de ponerlo frente a los focos y tratarlo como a un grande, como a una mente ejemplar, símbolo de la paz espiritual, que ahora ha salido rana. Igual sí es lo que dice ser y los que están detrás del negocio de los cursos de autoayuda y las clases de cómo ejercitar el alma han decidido desmentir lo que sea, como sea, con tal de limpiar de sangre su imagen y seguir haciendo caja manteniendo impoluta su esencia. Hay que tener cuidado con la gente que hace demasiado deporte. No soy el primero que lo dice. En los gimnasios —subvencionados— no suele oler precisamente bien. Las artes marciales no dejan de llevar lo militar en el nombre, aunque les antepongan el arte. Tampoco hay que fiarse de los que presumen de equilibrados, que luego explotan a la primera de cambio y dejan el parqué perdido. ¿Pagan justos por pecadores? De pequeño siempre me ponían de portero.
Debemos aceptar, todos nosotros, usted también, que este señor estaba necesitado de atención y se la hemos dado, con cámaras, luces, aplausos y toda la pesca, mientras otras personas realmente con algo que decir, importantes en nuestra evolución no-tecnológica, pasan desapercibidas en el circo mediático (y casi mejor). El tipo, por cierto, se ha revelado como un vil aficionado, un cutre en grado máximo, lo que no quita que haya dado juego de lo lindo a la prensa carnicera. Poco ha visto C.S.I., o quería que le pillaran in fraganti para volver a estar en el candelero. El asesinato como una de las bellas artes, dicen. Menudo chapucero a la izquierda el psycho-killer zen. De cabrones está el mundo lleno, pero sólo pillan a los que se pasan de listos cuando hunden el cuchillo. A los locos. Hay que robar a puñaos, como los ricos, y que otros paguen el pato tras esconder los cuerpos. Sepan vuesas mercedes que como el monje matarife hay muchos otros entre nosotros, incluso más aburridos, y llevan traje y corbata como hábito. No apaguen los televisores. Permanezcan en sintonía. El espectáculo debe continuar.