No han ido a donde se les esperaba.
Esta noche prefieren quedarse en casa analizando la situación política internacional, tal y como habían querido hacer desde hacía meses. Ojean la prensa atrasada y la Enciclopedia Británica, donde buscan los términos que no acaban de entender, tecnicismos en su mayor parte. Utilizan un globo terráqueo para situarse en el panorama internacional y también para señalar las diferentes zonas de conflicto. En total, sin contar con Palestina (nunca cuentan con Palestina, les parece una frivolidad hacerlo), hay un total de veinte países en guerra solo en estos momentos. Veinte países. Son demasiados. Hablan sobre ello. Son demasiados. En algunos momentos, a causa de los nervios, se dicen alguna palabra de más, pero luego se reconcilian. Recuperan la calma, cenan un poco. Descuelgan el teléfono y hacen algunas llamadas, casi todas de larga distancia. Cansados de no ser atendidos, acaban colgando. No han tenido en cuenta el cambio horario; en la mayor parte de países a los que acaban de llamar, ahora mismo están durmiendo. No es culpa de nadie, simplemente es así. Encienden la tele, consultan Internet: gracias a las noticias recaban nuevos datos que rápidamente incluyen en sus papeles. Clasifican los papeles en dosieres y los dosieres en carpetas. Luego archivan las carpetas en un armario, al lado de la ropa interior. Ella saca unos calcetines para mañana. Cuando regresa a la sala lo encuentra llorando ante el ordenador. Lo abraza, intenta consolarlo, le dice que no se preocupe, que todo irá bien, a pesar de que sabe muy bien que eso no es cierto y que, muy probablemente, van a morir antes de tiempo, como todos nosotros.