El tío ese al que los papás le decían que estudiara, a ese tío yo lo conozco. Se sacó Filología pero terminó trabajando para una aseguradora. Se pasa el día enviando y recibiendo correo y preparando documentación en la oficina, y cuando llega a casa por la noche intercambia miserias con la parienta. Luego acuestan a los niños y ven puta mierda en alta definición hasta las tantas. Ahorran para la hipoteca cenando macarrones con atún. Cuando lo sacan de la lata, el atún parece comida para perros. Pues fíjate tú. Como para no hundirse.
Ese tío que se remanga la melena con la mano y echa el potón en medio de la calzada, a ese también lo conozco. Namás se ha metido unas pocas birras y un par de canutos, pero a estas edades la cogorza pega fuerte. El año que viene tiene que decidir qué estudiará pero a él lo único que le preocupa es meterla en caliente y enturbiarse la cabeza a saco. Si hay que gritar y dar por culo a la vecindad, por él vale. Escogerá una carrera a voleo porque todo se la suda. Cuando se le cruzan los cables, le arrea una somanta de patadas a una cabina telefónica.
¿Y qué me dicen de ese otro tío? En cuanto se tome otro vino se arrancará a rememorar viejos tiempos y a cargar contra la generación ni-ni. Que si los chavales de ahora son unos subnormales, que si son unos vagos, que si namás saben montar botellones y zampar pastis, que si patatín que si patatán. Yo argumento que también nosotros fuimos subnormales y también nosotros fuimos vagos, y le recuerdo la de veces que estampamos nuestro vómito en mitad de la acera. Que no es lo mismo, dice él. Que aquello era otra cosa muy distinta.
En España somos cuarenta y siete millones pero por el mismo precio podríamos ser un solo tío. El tío que se pasó la juventud cargando contra el santo matrimonio para terminar casándose por la iglesia, el mismo que cambió los pregones antisistema por el voto útil. El que primero se cagaba en sus padres y que luego terminó cagándoles la vida a sus hijos. El tío desmotivado con motivo, el tío ciego, el tío bocazas, el tío envidioso. Un tío que si atara cabos y sacara conclusiones se amorraría inmediatamente a la botella de lejía. A ese tío, cuando lo tienes delante, no sabes si darle un abrazo o sacudirle una patada en los cojones. Pero lo cierto es que nos está jodiendo vivos a todos. A ese tío hay que darle una lección. A ese tío hay que matarlo.