Te levantas de la cama, echas un café y te acercas al INEM. Qué hay de lo mío, preguntas. La burócrata marea el papelamen y la base de datos y llega a la conclusión de que nada de nada. Pues jo. Pues vaya. Te vuelves para casa. La burócrata ha cumplido su función y ha justificado su sueldo, pero el caso es que tú sigues sin currele. Y es que así no, tío. Así no.
Un mes después te levantas de la cama y te pasas por el INEM de nuevo a preguntar por lo tuyo. Resulta que sigue sin haber nada. Ahí andas ya un poco mosqueado, de modo que le sacudes un puñetazo a la mesa y comienzas a liarla. La burócrata se pone nervi, un segurata interviene y te lanza una zarpa al hombro. Te invita a acompañarle a la calle, donde quedas de pie más solo que la una, parpadeando bajo el sol. Esta vez son dos los ciudadanos a los que has dado oportunidad de desempeñar sus cargos y de demostrar que son útiles a la sociedad. Dos ciudadanos que van a conservar sus empleos. No está mal, pero tú te quedas sin. Y es que así tampoco, hombre.
Pasan las semanas y toca regresar al INEM. Naturalmente sigue sin haber nada para ti y naturalmente te pones a pegar gritos, sólo que esta vez cuando el segurata te aborda llevas ya la lección aprendida: tu diestra bucea en su pistolera, emerge con el arma, te arrancas a apretar el gatillo. Detonaciones como truenos, el personal chillando y arrojándose al suelo mientras te atrincheras tras un escritorio. Chirridos de neumáticos, coches zeta, un helicóptero sobrevolando la oficina de desempleo. Agentes de policía, un negociador empuñando un megáfono. Con un pequeño gesto les has dado trabajo. Conductores de ambulancia, auxiliares sanitarios, anestesistas y cirujanos hacen horas extras gracias a ti. Bisturís cualificados extrayendo balas de tus víctimas, ampliando currículum. Sepultureros cavando fosas con gran profesionalidad. Una palmadita en la espalda y una promesa de ascenso para el francotirador que te abate. Un parado menos. España activándose a velocidad de vértigo. Eso es, tío. Así sí.