Seguimos con la pastelería Escribà, todos reunidos, rodeando la pastelería que me ha robado el corazón, ¡que no se escape, joder!, ¡que no se nos escabulla la pastelería! Tranquilos, no lo hará. En el fondo estoy escribiendo bien sobre ella. Esto no es una crítica, es un romance. Aunque, desde que se publicó la primera parte de este artículo, he tenido mis neuras sobre la repercusión que pudiera tener en los moradores de la pastelería 1. Si lo leyeran, seguro que se lo tomarían mal. Y no habría nada que me doliera más en Barcelona que el rechazo de Christian Escribà. La fantasía es la siguiente: estoy tomando mi cortado habitual en la pastelería, todo va muy bien, pero entonces Escribà entra en escena, está fuera de sí, muy enfadado, agarra a un pobre infeliz por las solapas y le grita: “¿Eres Miguel Noguera? ¿te gusta escribir artículos de mierda? ¡Ahora escribirás sobre tu muerte!“. Y yo, como un cobarde, presencio cómo lo asesinan. Lo matan con unas harinas raras, un estallido de polvo en la cara, harina mala en la sangre, coágulos blancos… Escribà siempre va un paso por delante. Eh, seguro que esto ha pasado mucho en la historia, lo de las harinas no, lo otro, lo de permitir que muera un inocente en tu lugar, callarte como un tocino y ver cómo lo matan. Ha pasado seguro. Yo sería de los que callarían, pero callaría por pereza, por el palo que da levantarse para ser asesinado. Me daría mucho por culo ponerme de pie y decir: “¡Señor Escribà, se equivoca, Miguel Noguera soy yo!“, y que me echaran las harinas. Mucho mejor quedarme sentado con el cortado. Además, seguro que por haber tenido que presenciar una escena tan desagradable me perdonarían la consumición. El cortado me saldría gratis porque los de la pastelería habrían asesinado a otro tipo en mi lugar, vaya cosa rara.
Lo anterior era una fantasía, pero todo lo que voy a contar a partir de ahora ocurrió de verdad en la pastelería Escribà. Empezaré por lo de la vieja y los gays. Joder, había una vieja sola en una mesa, una vieja de estas que buscan diálogo. Reía y miraba a su alrededor. Lanzaba el anzuelo. Con estas viejas solitarias hay que tener mucho cuidado y no devolverles la mirada, porque si lo haces enseguida te hablarán, son como sensores de feedback, putos lásers antisoledad. La vieja vio como una pareja de gays se sentaba en la mesa de al lado. Un chico y un viejo. El joven era una especie de bailarín mulato, delgadito pero con la espalda ancha, muy ancha, era ancha como… bueno, da igual, recuerdo ese detalle de la espalda pero no importa, a veces uno quiere expresar cada chorrada. El viejo iba vestido de moderno, y tenía una tripita, un bulto puntiagudo de pureta flaco, era como… no, nada 2. La vieja no les tiró ningún anzuelo, los debió ver demasiado aerodinámicos, eran gays cool de gran ciudad, le caían muy lejos socialmente. Se ve que los gays querían Martini y en la Escribà no hay Martini. Tras un breve intercambio de palabras con la camarera, se marcharon. Entonces la vieja tiró muchos anzuelos, estaba como loca, muy ansiosa, quería comentar la jugada de los gays. Me miró y yo bajé la vista. No le permití gozar a mi costa. Finalmente estableció contacto visual con la camarera y le dijo: “Vaya… parece que estaban cansados, je, je“. ¿Qué quiso decir con eso? Yo creo que en el fondo estaba criticándolos muy convencida: “Vaya, parece que estos dos maricones están cansados de darse por el culo“. Si no, ¿por qué aludir al cansancio? Está claro que se refería a un cansancio existencial. Están cansados de explotar su condición, cansados de pecar. Cansados de petarse el bullate.
Más momentos Escribà. Un grupito de señores y señoras de clase acomodada. Yo les espiaba. Es bueno espiar. Hablaban de la India. Un conocido había viajado a la India y había tenido ocasión de presenciar la incineración ritual de un cadáver. Bueno, la señora que explicaba esto quería llegar a un dato muy incómodo. Para eso explicaba la historia. Quería llegar a un detalle escabroso, muy duro, un bombón de menta para la mente. Bajó el tono de voz y les confió que: “Por lo visto, al muerto le había estallado la cabeza por la temperatura“. ¡Toma perla! Lo dijo con un tono entre picante y horrorizado. La persona que viajó a la India tuvo que ver ese estropicio, una cabeza morenita estallando como una sandía. Eso no lo olvidas ¿eh? Si yo no he olvidado el relato, imagínate el que lo vivió. Pero a vosotros el efecto del estallido ya os llega muy amortiguado. Espero que lo recordéis al menos por unos días. Eh, me gustó mucho que una señora muy fina explicara un detalle gore a sus amistades. A veces pasa, hay cosas muy desagradables que fascinan. Horrores exquisitos: “Al pobre indio le estalló la cabeza con gran estruendo“ “Oh… oh…” (gemidos de placer burgués).
Quisiera acabar mi artículo sobre la pastelería Escribà con un pobre viejo que se metió una hostia contra la gran puerta de cristal que hay en la entrada. En verano la tienen abierta, pero en invierno la cierran. Es un cristal muy grande sin pegatinas de advertencia. El señor intentó entrar en la pastelería y se estrelló como una mosca gorda. Todos los clientes se giraron para ver qué pasaba. Pudieron ver cómo, tras el impacto, el viejo seguía andando calle abajo sin más. Ni siquiera quiso entrar por la otra puerta. Decidió abortar la compra de bombones. Huyó del lugar muy avergonzado, claro, ¿qué coño haríais en su lugar? De hecho, marcharse fue muy buena idea, nadie le había reconocido, era de noche. Probablemente regresó cinco minutos después como si nada. Incluso tuvo que oír comentarios sobre un señor que acababa de darse la gran hostia, pero nadie sospechó que era él. Y el tío ahí callado. Joder, ¿os imagináis que volviera y se chocara otra vez? Ahí ya empezarían a pensar que es una especie de ataque contra la pastelería. Un ariete muy espaciado en el tiempo.
1 Si tecleas “Pastelera Escribà” en Google, este artículo sale en cuarto lugar. No sería tan descabellado que los de la Escribà llegaran hasta él. Ahora me siento sucio cuando tomo mi cortado.
2 Aquí quería meter la anécdota de Arguiñano. Es una gran anécdota. Le invitaron a un programa de la tele catalana y cuando bromearon con que tenía bastante barriga, el tío se puso la mano sobre el vientre y sentenció: “¡todo esto es semen!“. Qué asco, ¿no? Soltó un comentario de muy mal gusto. Tener el estómago ahíto de esperma color marfil, ¡qué asco por Dios!.