Joder, ¿sabíais que Freud en alemán significa alegría? Pues os propongo un poco de alegría, qué puñetas. La verdad es que no tenía muy claro sobre qué iba a escribir en esta ocasión y entonces me he acordado del librito La Histeria 1, que estuve leyendo hace unas semanas y en el que señalé unos pasajes 2 que me hicieron gracia, o me parecieron curiosos. He pensado que estaría bien compartirlos con vosotros, compartir esa freud.
El libro original se llama Studien über Hysterie (Estudios sobre la histeria) y es la primera obra de Freud. La escribió allá por 1971 y se centra exclusivamente en el fenómeno de la histeria… ¡Nooo! La escribió en 1895, je, je 3.
En fin, el libro tiene tres partes: en la primera expone los mecanismos psíquicos que caracterizan la histeria, la segunda la forman cuatro historiales clínicos, y en la última, que he dejado a medias, diserta sobre el proceso terapéutico de la histeria. A partir de ahora, y también el mes que viene, os voy a ofrecer fragmentos de La Histeria con sus correspondientes comentarios. Concretamente son extractos de los historiales clínicos, la parte más entretenida del libro. Freud explica cuatro casos de mujeres histéricas a las que, se supone, curó. Como él mismo admite, la naturaleza de su investigación hace que sus escritos se asemejen más a creaciones literarias que a informes científicos. El asunto es que hay momentos muy extraños, por distintos motivos. Antes de empezar, os pongo en situación: son mujeres que fueron derivadas, o acudieron directamente a Freud, quejándose de dolores o tics que no parecían tener una base orgánica. Freud utilizaba la sugestión hipnótica para tratarlas, aunque en ocasiones le bastaba con el simple diálogo. La cosa siempre acababa con la revelación de uno o varios traumas reprimidos que emitían beeps encriptados desde las profundidades del inconsciente. Bah, en el fondo da igual, vamos con el material.
Sobre la paciente Emmy de N. (p.27):
El día 8 de Mayo, en mi visita matinal, me relata terroríficas historias de animales, hallándose aparentemente en estado normal. Así, me señala un ejemplar Frankfurter Zeitung y me dice haber leído en él que un muchacho, aprendiz, ha maniatado a un niño y le ha introducido en la boca un ratón blanco, muriendo el niño del susto.
Joder, matar a un niño así, de puro horror. Colapsar un corazón joven y sano. ¡Y de qué manera! Con ese pompón blanco tan cuco metido en la boca. Es como la historia del domador que introduce la cabeza en las fauces del león, pero al revés. En este caso la criatura que está en la cavidad bucal sobrevive, pero causa la muerte del animal grande, y sin derramamiento de sangre. Bueno, en todo caso, el ratón debió de quedarse sordo por los alaridos del muchacho, ja, ja, o no, cuidado: quizás el muchacho murió matando; pudo haber cerrado la mandíbula con fuerza, ¡qué asco! Aunque lo más lógico es que hubiera gritado, incluso que hubiera ahuecado la boca al máximo para evitar el contacto con el ratón, todo lo contrario a una agresión. Más tarde, Freud nos estropea la historia, o no (p.28):
Mientras la enferma dormía, cogí el periódico y encontré la noticia de que un muchacho, aprendiz, había sido objeto de malos tratos, pero sin que se tratara en ella para nada de ratas ni ratones. Esto último constituía, pues, un delirio de la enferma, agregado por ella a su lectura. (…) Por la tarde le hablé de nuestra conversación matinal sobre las ratas blancas. No recuerda nada de ella, se asombra de haber dicho tales cosas y acaba riendo alegremente.
Esa risa sospechosa: “Bah, no diga tonterías, doctor Freud, cómo pude haber dicho algo tan absurdo, ja, ja, ja”. Es la risa de la loca que pasea desnuda por el barrio:
—Buenos días, agente, qué día tan maravilloso para pasear, ¿no cree? ¡Ja, ja, ja!
—¡Por Dios, Frau Schmidt! ¡Tápese!
Freud expone algunos episodios traumáticos de la vida de la paciente que ésta le ha contado durante el trance hipnótico (p.35):
Un año después de la muerte de su madre, se hallaba en casa de una señora francesa, amiga suya. Ésta la envió, en unión de otra muchacha, a buscar un diccionario en una habitación contigua, y al penetrar en ella vio levantarse de una cama a una persona idéntica a la que había dejado en la habitación de la que venía. Ante tan extraña aparición se quedó como clavada en el suelo. Luego le dijeron que se trataba de un muñeco preparado para embromarla.
Claro, la clásica broma del muñeco. Quién no ha fabricado un muñeco idéntico a uno mismo y lo ha acostado en una cama provisto de un mecanismo de pistones que lo incorporara cuando alguien entrase en la habitación. Es una broma sencilla y efectiva. Y la típica excusa del diccionario no falla: “Oye, tengo el diccionario en la otra habitación, mejor será que vayáis dos a buscarlo“; ¿por qué dos?, ¿por qué me das ese dato, Freud?, ¿por qué incluyes esa anécdota en la historia del pensamiento? En todo caso debe de ser una broma propia de la época de los autómatas. Quizás hace un siglo las gastaban así:
—Papá, ¿qué haces en el trastero?… ¡Papá! ¡Estás en llamas!
—Ja, ja, ja, hijo, estoy en la sala. Eso es un autómata que he preparado para embromarte…
—Ja, ja, ja, papá, qué tonto eres. ¡Estoy detrás de la butaca! He enviado uno de mis autómatas al trastero, a mí no me engañas…
Y para acabar por hoy, Freud nos narra un evento previo a la muerte del marido de la paciente. Esta información también la obtiene por hipnosis (p.37):
Hallándose ambos en un lugar de la Riviera que les gustaba mucho, iban un día de paseo, y al atravesar un puente, su marido sufrió un ataque cardíaco y cayó al suelo, donde permaneció como muerto durante algunos minutos; pero se repuso pronto y pudo volver a casa por su pie.
Joder, por un momento este pasaje nos da la sensación de que regresaron paseando sin darle mucha importancia a lo ocurrido:
—¿Cómo ha ido el paseo?
—Bien… Bueno, tu padre se ha desplomado y ha permanecido algunos minutos tirado en el suelo, como muerto. Pero se ha recuperado pronto y hemos podido continuar sin más incidentes.
—Sí, hija, menos mal que iba con tu madre, si no me levantan la cartera, ja, ja.
Nadie propone una revisión médica. Total, el hombre ya está bien, ¡sigamos adelante, no llamemos al mal tiempo! Seguro que antes la gente hacía cosas así. Si hoy en día sucede, imagínate hace cien años. Infinidad de desmayos sin reportar, agua fresca y a correr. “Tu padre lleva tres minutos sin respirar, a ver si espabila y podemos ir a comprar las dichosas cortinas“.
1 La Histeria, edición de bolsillo de Alianza. Una portada tremenda, un auténtico desastre. Como si hubieran restregado unos dedos manchados de ketchup por ahí. No exagero en absoluto. El psicoanálisis conduce a esos territorios; sólo ofrece dos vías gráficas: el simbolismo facilón o la marranada.
2 Llamar “pasaje” a un fragmento de texto o discurso está muy bien ¡Bravo por el que así lo dispuso! Pasajes: esos toscos atajos medievales que sólo conocen los eruditos. “Seguidme, tomaremos un pasaje de Brentano que conozco, no hay tiempo que perder… ¡Cito! ¡Oh, estrella y flor, alma y vestido…“ Ligeros acortamientos que resultan ser vitales. Atajos de pensamiento.
3 No sé por qué he tenido que hacer una broma con la fecha; ha sido una tontería, la verdad. He intentado meteros un gol raro. He querido que de pronto tuvierais a Freud a la vuelta de la esquina, os he amenazado con un Freud reciente. No aquel vejestorio de principios de siglo, sino un tipo que llegó a manejar ordenadores y que incluso tuvo ocasión de asistir a un concierto de Mecano. Ese era el Freud que quería crear en vuestras mentes. Ya sé que es una tarea imposible, pues la mayoría de los lectores de El Butano Popular sois gente de carrera. Es una lástima que seáis todos tan cultos, joder.