¡Hola, guapos! ¡Qué os habéis hecho en el pelo! ¿Y esas botas? ¡Sólo os queda mi amor para graduaros! ¡Gracias por leerme!
Bueno, vamos a empezar. Esta vez quiero hablaros sobre ¿Quién vive ahí?, un programa de La Sexta. Ahora no lo emiten, pero seguro que harán más programas. Ya veréis qué bien.
¿Quién vive ahí? es un programa sobre hogares. Un equipo de reporteros visita viviendas previa petición de los propietarios. Hay que llamar al programa para apuntarse. Suelen ser hogares de gente más o menos adinerada. La cámara recorre las habitaciones, terrazas y salones de la casa acompañando al dueño, que ejerce de guía y al mismo tiempo responde a las preguntas del reportero o reportera, que siempre está fuera de plano 1.
Cuando han terminado el recorrido por la casa, para acabar el reportaje suelen hacer un plano de los dueños en la puerta principal despidiéndose de los reporteros, agitando el brazo muy entusiasmados mientras dicen algo así como: “¡Ya lo sabéis! ¡Volved cuando queráis, seréis bienvenidos! ¡Esta es vuestra casa!”, y la cámara se aleja, y, bueno, termina el reportaje.
Joder, ¿os imagináis que les toman la palabra y meses más tarde, en una madrugada lluviosa, el reportero y el cámara regresan a la casa muy drogados, irreconocibles, y piden a gritos que les abran la puerta? ¡Qué marronazo!
Pero no siempre se despiden en la puerta. A veces terminan en la terraza o junto a la piscina. Recuerdo que una vez los despidieron en la azotea de la casa, en el punto más alejado de la salida. “Cerrad la puerta al salir“, les faltó decir a los dueños. Tendrían que haber grabado al reportero bajando solo por las escaleras. Un reportero muy callado, desganado, arrastrando los pies por la casa que acaba de visitar, ni sombra del entusiasmo que ha exhibido durante el reportaje. Una cara B del programa, sin sintonía 2, sólo sonido ambiente. Los dueños tomando daiquiris en la azotea, ajenos al experimento. De repente un ¿_Quién vive ahí_? de arte y ensayo, una casa silenciosa, un reportero aburrido, el fluir del tiempo… un poco Tarkovsky, ¿no?
También salen muchas familias. Recuerdo una familia acomodada: el padre llevaba puesto una especie de bozal, como una mordaza negra. Salía sentado en el sofá junto a su mujer y explicaba que tenía que llevar bozal porque si no mordía a sus hijos. Los mordía por amor, según él. Os lo juro, decía: “Es una enfermedad motriz, no estoy loco ni nada por el estilo, les muerdo de amor. Se me va la mandíbula, es un acto reflejo“, ¡y se reía! ¡Se reía a través del bozal de tela negra! En la parte baja de la pantalla había un rótulo superpuesto: “Carlos tiene que llevar bozal para no comerse a sus hijos de afecto“. Después mostraban fotos familiares y en todas ellas el padre llevaba bozal. No podían fiarse de él ni para tomar una foto. Aquello era grotesco, colar esa monstruosidad como un exceso de amor. Bah, ese tío era un perro sádico y punto.
Bueno, es mentira. Nunca salió un padre con bozal, sólo estaba fantaseando; pero ha sido un fantaseo simbólicamente realista, ¿eh? A veces da la impresión de que esas familias devoren a sus hijos en la intimidad… ejem.
Lo que sí hay son combinados extraños. Por ejemplo: una lesbiana de sesenta años, pintora naif, coleccionista de chalecos de colores, que además toca el acordeón y convive con un matrimonio anciano de paletos amuermados. El matrimonio se muestra tímido y apenas habla, sólo balbucean y sonríen. Está claro que ha sido la lesbiana la que ha llamado a la tele. La casa está junto a un precipicio. En un momento dado, la lesbiana afirma que suelen divertirse bailando entre ellos y, efectivamente, ¡se ponen a bailar! Los ancianos y la lesbiana ejecutan un minuette extraño y decadente. Parece que la lesbiana hubiera amaestrado al matrimonio. Un ser lleno de energía y creatividad ha poseído a dos seres bobos y mansos en una casa apartada y los hace danzar a su son. Es verdad, lo he visto con mis ojos. Luego ya especulé con que la lesbiana se precipitara al vacío frente a las cámaras 3 —creo que había un momento en que se subía a un risco—, pero no una aparatosa caída por un acantilado, sino una caída romántica, un sumirse silenciosamente en las tinieblas de un abismo… Una caída tan sublime, tan limpia, que no pudiera fijarse con claridad en la memoria de los testigos, como si el recuerdo de una tragedia se grabara con los mismos golpes del cuerpo destrozándose contra las rocas, o esa manita de Ledgard agarrándose miserablemente a la barandilla antes de caer.
También vi a un tipo que se había puesto un sombrero para recibir a las cámaras. Pero confesaba que era la primera vez en su vida que se ponía sombrero. Era un sombrero caro; vamos, que era una propuesta seria, un detalle elegante para la tele, sin asomo de ironía. Imaginad que es un conocido vuestro y lo veis por la tele mostrando su casa muy serio, dando la nota con el sombrero, haciéndose el interesante, ¡menudo gilipollas!… Bueno, esto del sombrero es mentira, nunca ocurrió, pero dejadme soñar.
Para acabar, los metros cuadrados. Siempre hablan de los metros cuadrados que tiene la casa, yo qué se, la sala tiene cien metros cuadrados… Cien metros cuadrados de suelo, se entiende. De suelo y también de techo, claro, ¡o no!:
Dueño: La sala tiene cien metros cuadrados de suelo y dos metros cuadrados de techo, por eso la llamamos “Sala Pirámide”.
Reportero: ¿Cómo? ¡Pero las paredes son perfectamente verticales!
Dueño: Es un efecto óptico, la sala tiene de dos kilómetros de altura.
Reportero: ¡Por Dios, tiene razón, no consigo ver el techo! ¡hhhhhhhhhhhhh! (asombro mudo).
1 No salen nunca en el plano, sólo se les oye sorprenderse como imbéciles ante cualquier cosa de la casa. Una sorpresa fingida, mecánica y biempensante. Pero basándome en reflejos accidentales y algún desliz del cámara, os puedo asegurar que los reporteros van completamente desnudos y pesan alrededor de doscientos quilos.
2 Una de las cosas más impactantes del programa es la banda sonora. Son éxitos musicales de los ochenta, un tema para cada estancia de la casa. Se suceden aleatoriamente en un eterno refresh. Cada vez que entran en una habitación arranca una nueva melodía, como si nos quisieran decir: “¡Ahora sí! ¡Esta habitación se lleva la palma! ¡Ahora sí que se te caerán las bragas!“. Pero no.
3 Un poco como lo que le pasó a Kiko Ledgard, el primer presentador del Un, dos, tres…, que casi se mató al caer desde un segundo piso mientras hacía equilibrios sobre una barandilla, justo tras anunciar su regreso a la televisión. Ver minuto 0:49 de . Pocas veces el humor y la tragedia se dan la mano de este modo tan inequívoco. ¿Quién te puede negar el derecho a una sonrisita en este caso? Buf, y esta reseña sobre el asunto es muy dura, a ratos parece una broma, pero está escrita desde el corazón.