Titular en serio. Titular como si esto fuese el CaixaForum.
Hoy, tres personajes, tres máquinas antiguas con las que me cruzo de vez en cuando. Tres viejos solitarios de hábitos fijos y singulares. Dos de ellos llevan sombrero, el tercero un casco de pelo gris al estilo de la época de Shakespeare. No se conocen entre sí. Viven en Barcelona. Vamos con el primero.
1: El viejo del sombrero
Ahora mismo me está mirando, mientras escribo esto. Lo tengo sentado unas mesas más allá. No hubiese hablado de él si no fuera por una cosa rara que hizo hace unos días. Me hizo un extraño, y la verdad es que se cubrió de gloria. Me regaló una experiencia inolvidable. Es un tipo delgado de unos setenta y cinco años. Nunca lo he visto acompañado. Toma una copa de vino tinto cada mañana en el bar donde desayuno. A veces pone en la mesa un pequeño transistor rojo del que asoma media antenita, y lo escucha a través de un solo auricular. El transistor es como él: anticuado, sencillo y discretamente llamativo, si es que se puede ser así. El tipo propone un exhibicionismo mate: el exhibicionismo del musgo. Siempre lleva puestos el sombrero y la chaqueta. Nunca se dirige a mí; ni yo a él, por supuesto.
Bueno, pues el otro día estaba yo tomando un café en el Pans & Company que hay al lado de mi casa; ahí sentado to’ tranquilo, pim pam, con mi cafelito, mi librooo… Y en eso que alguien golpea el ventanal desde la calle, ¡era el viejo del sombrero! Se dirigía a mí a través del cristal, muy contento, gesticulando medio desdentado. Por lo visto al viejo le había parecido la bomba verme en otra cafetería, en otro momento del día. Quería que celebraráramos esa pobre coincidencia, estaba eufórico. Jamás nos habíamos cruzado palabra con anterioridad, ni siquiera una mirada cómplice, nada en absoluto. Pero ahí estaba el viejo, más vivo que nunca, señalando vagamente hacia el bar donde ambos desayunamos, a varias manzanas de allí. Balbuceaba algo inaudible mientras reía, parecía que quisiera comunicarme que un gran circo había llegado a la ciudad, que había charangas en las calles, yo qué sé, gente con bombos que yo no podía oír; pero qué va, lo que le volvía literalmente loco era la chorrada de que nos hubiéramos encontrado por casualidad fuera de nuestro lugar habitual.
El día siguiente al suceso me lo encontré en el bar. Ni me miró, estaba ausente como siempre, ni rastro de lo ocurrido día anterior. Y así seguimos hasta el día de hoy. Está claro que el viejo se activa fuera del recinto. Si estás dentro, para él no existes; pero fuera eres lo máximo, su hermano del alma. ¡Imaginaos que nos hubiéramos visto en China, por ejemplo!, que se hubiera dado una coincidencia reseñable de verdad… Como poco le hubiera estallado una arteria del cerebro, eso tirando por lo bajo. De hecho no descartaría que le hubiera reventado la cabeza entera.
2: El mendigo del Dia
Al lado de mi casa hay un supermercado Dia, y en la puerta siempre hay un mendigo de pie, plantado sobre los dos mojones de carne vendada que tiene por piernas. Tiene las piernas ahítas de sangre. Nunca había visto nada igual. Mañana y tarde, siempre de pie. Pantorrillas anchas como muslos. Lleva el pantalón recogido a la altura de las rodillas. Las vendas le cubren los tobillos y algo más, la parte que queda al descubierto permite apreciar dos segmentos granates de carne embotada. Y siempre te sorprenden, siempre son más gruesos de lo que recordabas. Una pierna más gruesa que la otra; quizás la inclinación de la calle afecte a la hemodinámica, ¡yo qué sé! ¡Ese tío debería tener las piernas en alto, joder! ¡Qué digo, debería estar colgado por las piernas! Pero no, se pasa el día de pie, fomentando el despropósito. Apenas se mueve, parece estar tomado por la fiebre, pero no os creáis, el cabrón está al quite, ficha a los transeúntes uno por uno. Consigue establecer un breve contacto visual con todo aquel que pasa a su lado. Te mira sólo un momento, no dice nada. No es una mirada implorante, no te incomoda en absoluto; es una mirada emitida desde una oscura taberna del medievo, son los ojos sombríos de un marinero al que acabas de contratar, o peor, al que acabas de timar de un modo impecable, un marinero decadente y limitado al que le has hecho una pirula sin que se dé cuenta, esa es la mirada, mansa y ligeramente desconfiada. Y cada día ocurre lo mismo, no te das cuenta y os estáis mirando a los ojos. Apenas dura un segundo. Te engancha y te suelta, ese es su pequeño poder vacío: cazar conexiones inútiles. Es un Johnny Connections 1. Creedme si os digo que aporta más de lo que demanda, que le sale el tiro por la culata. Coño, mirad este texto, lo ha provocado él con sus piernas tremendas y sus juegos de mínimo contacto. Menos mal que no cobro por esto, si no sentiría que le estoy timando de verdad.
3: El limpiabotas de la Rambla
Muchos de vosotros ya sabéis de quién hablo. El viejo limpiabotas que se pone junto a la fuente de Canaletes. Ese hombrecito reforzado que lo abrillanta todo: los zapatos de sus clientes, las latas de betún, el cajón que sirve de peana, la escoba con la que después barrerá obsesivamente la alfombra roja que marca su territorio. Todo lo repasa con gamuza varias veces al día, lo limpia en seco, lo cuida por erosión. Ese es núcleo de su ser: dignificar las miserias de una forma miserable. ¡Yo soy el limpiabotas! ¡Et-the pul.le! 2 ¡Lo hago todo en seco! ¡No creo en la química, creo en el rozamiento! Sus propios zapatos, ahí se lo juega todo a una carta, cómo los tiene, esa es la cuestión final, allí se cierra el círculo. Pues bien, el limpiabotas lleva unos botines de cuero cubiertos de betún negro, ¡pero por debajo son rojos! El tío ha querido hacer un doble mortal, se ha puesto palos en las ruedas. Ha partido del cuero rojo para lograr un negro magistral. Miradle sino las entresuelas (buf, he tenido que buscarlo) la prolongación de las suelas en la parte baja del zapato. Joder, las entresuelas son rojas y están invadidas en su parte más alta por un perfil irregular de betún negro. Nos deja esa pista para que comprendamos la gran exhibición de oficio que nos brinda. Ese es su book profesional: Partir de la lava para llegar al cosmos. Como la ropa de amianto que Goku se ponía para entrenar, esa camiseta negra de cien kilos que asomaba bajo su kimono rojo. Esta vez la relación cromática se invierte, pero el concepto es el mismo.
1 Johnny Connections. Este personaje surgió a propósito de un músico callejero que vi en la Plaza Catalunya. Era un brasileño bastante elegante, delgadito, muy apañado, de pelo cano y con cierto magnetismo personal que cantaba muy suave y tocaba la guitarra buscando conectar con alguien, aprovecharse del mal día de algún transeúnte, llenar vacíos existenciales con miradas ensayadas, iluminar pozos vitales con bengalas de cumpleaños. Todo por ganarse cuatro chavos. Maldito embustero. ¡Cuántas almas se verían engañadas por tus encantos! ¡Cuántos melodramas juveniles del canal Disney te marcaste!
2 Lo siento, no he podido resistirme. Los Vengamonjas me han llenado la cabeza de metralla abstracta, exabruptos riquísimos: Harry Potter es ¡Eredepetta! Los Simpsons son Da Suissa, Homer Da Homa, y Marge se resuelve con un Morgan. Pero, atención, Bart es Gras ¡Eh!… ¡Bolt! Así, en tres tiempos. Bart es todo un trámite narrativo.