El Butano Popular

Librepensamiento y explicaciones

La ley de dios petándolo

Ainhoa Rebolledo Una para las dos— 11-11-2014

Cuando las noticias son desagradables, uno debe alejarse de los diarios, de la radio, de la tele y del tuiter para no sufrir más de la cuenta. Tres ejemplos y un colofón brillante: los madrileños no deben leer nada a mediados de marzo, los gallegos tenemos y tendremos que evitar hacerlo a finales de julio y los catalanes no deberían leer prensa nacional ni siquiera en agosto. Kurt Vonnegut decía que no había cuatro estaciones sino seis: la primavera es mayo y junio, el verano es julio y agosto. El otoño es septiembre y octubre. A los meses de noviembre y diciembre les llama Locking y a marzo y abril, Unlocking. Y yo releo los diarios que escribí en 2012 y 2013 y compruebo que las cosas importantes las hago siempre durante el cierre y la apertura, claro que sí. Gracias, Kurt, por las explicaciones. Gracias Coronel Kurtz por el resto de metáforas.

Kurt Vonnegut escribió un montón de cosas pero todavía no las he leído todas y aquí estoy, remontando, peleando a la contra de la LOGSE: ¿Por qué me hicisteis leer las coplas de Jorge Manrique, el lazarillo de Tormes, crónica de una muerte anunciada y una obra de teatro del siglo XVII? Nunca fui tan infeliz en la vida como cuando tuve que leerme El Jarama de Sánchez-Ferlosio a los 13 años. ¿No veis cómo he terminado odiando la literatura? A veces pienso en releer todos esos libros que odié siendo estudiante de secundaria pero sigo sin tener ganas y no quiero ser madre porque se me deformarían el cuerpo y los intereses y luego me suicidaría cuando mi hijo adolescente me dijera que Bukowski le parece una mierda. Leí a Arturo Barea a los 25 años porque nadie me obligó y ahora estoy investigando sobre Dionisio Ridruejo, escritor al que había tachado de facha por ser Director General de Propaganda del bando franquista y punto. Y punto, no. El apuesto autor de la letra del Cara al sol se rebeló contra Franco y se convirtió en un opositor al régimen que sufrió cárcel y destierro, como la viuda de España. La izquierda le odia por facha, la derecha no lo respeta por traidor, la LOGSE lo ignora y yo estoy tecleando en mi ordenador nuevas tramas, como que en realidad Dionisio Ridruejo es el padre biológico de Jaime Chávarri –mantuvo una relación sentimental bastante agitada con su madre, rompiendo el mismo año que nació– y que de igual forma que la Ley Godwin afirma que en cualquier conversación que se torne acalorada siempre se terminará mencionando a Hitler, cuando escribo siempre acabo llegando a El desencanto. A los Panero, al fin de raza. Pero yo soy rara y mala española: mis teorías y mis leyes son demasiado particulares. Cuidado, España: con los catalanes sólo me meto yo.

Ahora lo que se lleva es la Ley de dios Petándolo que, explicada rápido y mal, es una nueva norma de interacción social propuesta por un españolito de a pie que establece que: en cualquier conversación de bar, siempre se acabará mencionando a Pablo Iglesias cuando se acaben los argumentos (algo que siempre sucede cuando la cerveza todavía está bien fría y llena de espuma). El otro día en Sevilla, a un señor de camisa desabotonada y cadenita dorada al cuello le dio un infarto en la barra del bar mientras gritaba que Pablo Iglesias estaba ahí por la pasta y yo quería decirle que no, que estaba ahí en contra de la casta, pero para cuando se lo iba a decir, el señorito andaluz ya se había ahogado en gritos y vómito, la ambulancia se había ido, llegaba el coche fúnebre a la plaza del Pelícano y yo tuve que largarme porque me resulta muy desagradable interactuar con cadáveres. Confieso que no sabía de la existencia de Pablo Iglesias hasta que fue eurodiputado, que me sonaba Podemos, me sonaba todo eso, pero que no sabía nada, ni siquiera sabía que había papeletas ni tertulias en La Sexta. ¿Y ese novio tuyo vota a Podemos? me preguntó la hermana de mi madre el otro día en Madrid, antes de preguntar su nombre, aplicando activamente la ley de dios Petándolo, llevando la teoría a la práctica mientras me estallaba la cabeza.

Hitler (voilà!), de quien tampoco he terminado de leer su gran obra literaria, controlaba a las masas seduciéndolas, lo que se conoce como histerización de las masas. Un par de frases técnicas y luego ya vuelvo a la copla española: histerizar define el acto de transformar la estructura del discurso dominante. Jacques Lacan, psicoanalista francés, tiene ensayos sobre la histeria femenina que os podéis leer para pasar el rato como si fueran tebeos de Astérix donde se explica que a una mujer se le puede controlar seduciéndola. Me duele reconocerlo, pero es verdad que si me seducen me pongo de rodillas y como menestra de verduras. En concreto, para saber si me han seducido, me quedo un rato charloteando con el macho, luego me retiro a mis aposentos y sentada en mi sillón orejero escucho en el spotify Como una ola de Rocío Jurado, golpe a golpe, verso a verso y analizo mi nueva situación sentimental libreta en mano contestando un cuestionario de sencillas preguntas: ¿Quedó preso el corazón de su cuerpo y de su piel? ¿Bajé del cielo una estrella en el hueco de mis manos y la prendí a su cuello al decirle te amo? ¿Me escapé con él mar adentro sin escuchar las voces en el viento? Si contesto y a al menos dos preguntas, es que, confirmado, me han seducido pero intento ser fuerte y seguir tranquilamente con mi vida. Yo lo intento.

Comparte este artículo:


Más articulos de Ainhoa Rebolledo