Los catalanes somos gente normal, gente amable como gatitos ronroneando o civiles desarmados. Todo el mundo lo sabe así que no voy a ampliar información al respecto porque las líneas en internet no son gratis y el otoño viene calentito. Probablemente tengamos que renunciar a los privilegios de disponer de un pasaporte español auténtico pero yo me ofrezco voluntaria a suministrar papel higiénico a los que se pongan tristes cuando el Ebro sea una palabra importante en la nueva Ley General de Aduanas. Lo que queráis saber sobre Cataluña lo escucháis en las tertulias de 13TV, no os molestéis en viajar ni en preguntarme porque me da perezote repetir todo eso de que los catalanes somos gente normal y que en el fondo la independencia es una cuestión de dinero y no de cultura, lengua o tradición. Los que somos barceloneses de verdad no solemos tener botas para la lluvia pero disponemos de un matiz autodestructivo y esquizofrénico, una vocecita que nos dice todo el rato: ve a las Ramblas y quémalas. Asesínalas a martillazos, desóllalas, trocéalas y cómetelas. Los huesos tíralos al río Llobregat. Los barceloneses somos los autores intelectuales y los planificadores del asesinato de esta suciedad amontonada entre cascotes neogóticos y modernistas convertida en parque temático: asumimos el papel del Pep Consciènces de Cataluña, no nos pesa nada y queremos a Ada Colau de alcaldesa. Mi calle está llena de turistas (chúpate esa, Ana Botella) y hasta hace poco no me importaba demasiado porque ya crecí con la telerrealidad, el Facebook y el programa de Callejeros y sé que no tengo privacidad porque siempre la consideré innecesaria. De hecho, hasta hace unas semanas siempre sonreía y alzaba las bolsas de la compra para saludar a los que me fotografiaban desde el bus turístico que pasa por Gràcia. Sin embargo, reconozco que me empecé a poner un poco bastante nerviosa cuando pusieron un hostel al lado de mi gimnasio del carrer Perill (lo llamaron Sports Hostel, qué originales): los turistas empezaron a usar una puerta de acceso especial a MI PISCINA y empezaron a observarme en bañador. Estoy molesta porque sé que gano más desnuda que cuando me tapo las ideas genocidas con un gorro ridículo y las miradas asesinas con unas gafas de soldador. No me miréis, por favor, plis-sisplau, que me pongo muy fea cuando tengo el morro torcido y los pensamientos turistifágicos cubren mi amabilidad catalana.
Precisamente, antes de ayer estaba tranquilamente en la esquina de paseo de Gràcia con Provença pero el matiz esquizofrénico hizo chas, apareció a mi lado y quise triturar la carne de un turista ruso al que le acababa de pegar un tiro porque se había parado a sacar una foto y no me dejaba pasar. La bala que tenía ese filete ruso alojada en el cuerpo se me incrustó en la trituradora y no pude terminar lo que había empezado. ¡Me dio mucha rabia! Lo pasé bastante mal, casi lloré y esa noche incluso me costó dormir. Me duró poco la tristeza, ayer ya me desperté contenta. Soy optimista y sé que nuevas oportunidades me esperan porque cada día abren tres nuevos hostels en mi barrio, que está en estado de Gràcia. Para los no iniciados en el modelo turístico barcelonés, añadir que un hostel no es la forma de decir hostal en inglés sino un lugar donde los guiris duermen amontonados y drogados como unos ratoncitos de laboratorio usados. Y para todo el que me quiera leer, comentar que un turista en Barcelona es una hiena devoradora de despojos humanos y arquitectónicos que se ríe falsamente cuando le mencionan que a Gaudí le atropelló un tranvía. Los turistas no descubren nada, se limitan a visitar lugares que han visto en fotos y disfrutan comiendo caro y mal, por eso son tan felices en Barcelona. Los que desgobiernan Cataluña aman a los turistas, todo el mundo lo sabe. Por mi parte, pienso que la muchedumbre no nos merecemos el premio de una democracia que se ha convertido en una guerra sin cuartel desde que dijeron en el Tuiter que había muerto Suárez y dimos por finalizada la Transición. Vencieron y volverán a vencer, los malos volverán a ganar y yo el 9 de noviembre he quedado para ir a desayunar.