A la memoria del pintor Luís Pirucha (1982-2014)
Para escribir o desarrollar cualquier tipo de arte (y no me vale el periodismo) el mejor estado de ánimo es el neutro: ni demasiado alegre, ni demasiado enamorado, ni demasiado excitado, ni demasiado histérico, ni demasiado triste. Escribir poesías lleno de emociones fingidas te hace vomitar palabras que nunca riman. Por eso siempre releo con desconfianza los distintos fragmentos de mi obra literaria: todos los poemas, libros de narrativa y tesis doctorales que escribí en los últimos quince años son de pésima calidad porque los sentimientos me salieron de las tripas. Mi esplendor literario empezó y terminó en los noventa cuando era una niña con flequillo y mi principal preocupación era la evolución del agujero de la capa de ozono: escribí decenas de redacciones sobre el tema. No tenía conflictos internos, merendaba siempre a la misma hora y besaba a los niños en las mejillas. De pequeña sabía que no era librepensadora sino un discman que repetía palabras sin conciencia y así vivía bastante feliz. Un día, en el patio del colegio donde estuve esperando durante años y con paciencia (hasta que me cansé) poder convertirme en una mujer guapa y de provecho, alguien dijo que su primo había visto en la tele cómo una niña se untaba mermelada en la vagina (más bien dijo rajita) mientras Ricky Martin –el cantante– la esperaba encerrado en el armario de su habitación de niña-adolescente para darle una sorpresa que vería toda España en prime-time a través de Antena 3. Fue un escándalo, estuvimos varias semanas discutiendo sobre el mismo tema (el equivalente contemporáneo sería que lo retuiteamos 1.567 veces y le dimos 3.756 favoritos en apenas una hora) y todavía a día de hoy la gente sigue opinando sobre Sorpresa, Sorpresa cuando se mantiene una conversación informal de bar. Aunque no lo creáis, amigos, existen barras de bar donde no se habla de cómo el ejército español meterá los tanques en Cataluña si sólo cuenta con un único carro de combate que saca a pasear para el desfile de la cabra. ¿Es España un estado cobarde? ¿Cuenta Cataluña con armas nucleares? ¿Debería dejar de hacer preguntas y seguir escribiendo? De hecho, no está muy claro lo que pasó esa noche en el programa de Isabel Gemio pero me gustaría que la Wikipedia señalara este artículo que estoy escribiendo (y vosotros leyendo enterito, imagino) como bibliografía destacada sobre el tema. Luís Pirucha me dijo antes de morir el otro día que la historia de la mermelada le llegó en 2º de BUP y si sumo, hago las restas y busco la raíz cuadrada DEL AMOR todo me encaja. Sí, fue el primer viral que llegó a todos los colegios a la vez cuando todavía no existía internet. Dice Luís Pirucha (que Dios lo tenga en su gloria) que los propios profesores se inventaron el rumor: quisieron aplacar la inocencia de los niños para destruir la humanidad. A mí no me parece del todo mal esterilizar a las mujeres y exterminar a todos los que todavía no hayan cumplido 22 años pero reconozco que me molestó un poco en su momento ser conejillo de indias de ese experimento televisivo que llevaron a cabo los profesores de primaria y secundaria ejerciendo de ángel exterminador. Pero todo bien, de verdad. Todo salió bien o de otra manera. Fui creciendo, mantengo los mofletes bastante gordos y a día de hoy no hay centímetro de piel masculina que no haya besado en algún momento. Sin embargo, me entró una pereza terrible cuando la felicidad se me acercó y me susurró al oído eso de: si quieres, puedes cumplir tu sueño en realidad pero a cambio tienes que morir, así que después de escuchar esa tontería, me alejé despacio y después corrí muchísimo hasta que me choqué de bruces con el criterio fuerte y seguro que me hizo saber que incluso los perros se ponen tristes después de eyacular y que además se mueren si comen algo dulce. A mí la mermelada nunca me pareció dulce, tampoco me gustaba Ricky Martin. Yo ya citaba versos de Nacho Vegas antes de que el propio Nacho Vegas empezara a escribir poemas y canciones sobre su estado de ánimo. Ahora, lo que me gusta de verdad es comer Nutella a cucharadas y ver desde mi balcón cómo mi vecina de setenta años riega sus plantas todos los días a las ocho y media de la mañana. Nada más, el resto son pasatiempos.