El retiro me ha llenado el zurrón. La escena es la siguiente. En un pueblo catalán de sesenta habitantes en época invernal se prohíbe que los perros campen a sus anchas. La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera en que tratan a sus animales, dijo Ghandi. Artur Mas se ha ido de viaje a la India y ha hecho suyos los pensamientos del pacifista. Aquello de: Primero te ignoran, después se ríen de ti, al final te atacan. Luego, has vencido. Grandes frases, grandes vestidos. Hay quien, por viajar, entiende tomarse fotos junto a los monumentos más emblemáticos y empatizar con el Pablo Escobar de turno, pero yo no hablo de un viaje si no de un tiempo detenido en un mismo lugar. Que los humanos no aprendemos de la historia, así sea reciente, lo demuestra la historia misma. Que el cretino y el otro y el otro que han puesto en brete al planeta entero solo hayan sido unos millones no basta, parece, para hacer entender a los millones subsiguientes que algo va mal. Cataluña adentro, en un lugar muy bello, que lo es, lo que hacen unos del mandar, suma, a pequeña escala, lava al volcán amenazante. Y tenía que decirlo, Butano. En plena naturaleza, los tipos que mandan en el pueblo, que tienen una especial sensibilidad (poco ponderada) para la iluminación, se cargaron a las palomas por los destrozos que causaban (glups) liándose a cañonazos con señales acústicas, tiran los nidos de las golondrinas para no tener que limpiar las cagadas de estas en las puertas de sus casas (ahora ya no, que está multado y la jerarquía del ordeno y mando y del bolsillo, la acatan, creo) y cuando una manada de gatos se convirtió en pandemia, eso decían, que yo no estaba, en lugar de buscar una solución intermedia, los llevaron al matarife, cazándolos con jaulas dispuestas por todo el lugar. La naturaleza existe, el amor por ella, por lo que se ve, es obvio.
Desde que al corazón astrolopitecus (de tengo que tenerlo todo bajo control porque lo que se me escapa de las manos es libertad y da miedo) le dieron una fregona y un fajo de billetes, la estulticia humana no ha hecho más que avanzar. Quieren convertir el pueblo en un vestíbulo de una clínica de cirugía estética. Y, encima, a falta de vida propia y emisiones constantes de sálvame por dios, se empecinan en ello todo el rato. Será que no tienen mucho más en qué pensar.
La asepsis, amigos, la asepsis en su sentido literal y otra asepsis moral de vulnerabilidades bajo el mantón de manila del armario. Cuando el capitalismo habló de pluralidad se refería a los muchos nombres de las mismas tiendas de Amancio Ortega. No es de extrañar que, si en este punto endeble en el mapa ocurren estas cosas, Rajoy ponga los cojones (los suyos, los de sus asesores) sobre la mesa y diga basta; si se manifiestan, que paguen, y para que paguen, poned pasma civil entre la peña que la líe, menos cuando salgamos nosotros a decir que no al aborto, aunque nuestras mujeres se rajen los úteros y luego acudan al Rastrillo Nuevo Futuro (este nombre, más que miga, es pan rancio y proyección) como si nada.
Relativizad, hermanos. Eso quería pintar en un muro del pueblo, pero me detuve, porque pensé que podían multarme o, lo que es peor, hacerme un Fuenteovejuna pero al contrario, convertirse en leones todos para una sola sandalia romana.
Cuando llegué advertí, al modo de Cien Años de Soledad del gran santo, una división confrontada, algo que también advierte la publicidad de lavavajillas y la leyenda de los Beatles contra Rolling Stones. Poco a poco pude vislumbrar un pesar más hondo. Odios que se heredan de generación en generación, miedo a la diferencia y una falta importante de sentido del humor.
Podría escribir toda la tarde sobre esto, que no es más que la historia del mundo comprimida en una cápsula, pero como pintan bastos prefiero recordar las risas, el vecino generoso que traía tomates, las diatribas del que siempre fue mozo y mozo morirá, la ternura de algunas palabras soeces y aquél sentido máximo de la vida que consiste en pasarlo bien en cualquier lugar, algo que tiene clarísimo un niño de cinco años que desde entonces todo el tiempo los niños, me robó el corazón al tiempo que me instaba a que quitara la música so pena de llegar a emocionarse. Es que no quiero llorar, prefiero tirarle de la cola al perro. ¿Me morderá?